Impronta leonesa
Recuerdo largas caminatas, recreo las subidas al lago Ausente, al imponente Susarón y el adentrarme en esa joya que es el pinar de Lillo
Leopoldo Tolivar Alas
Miércoles, 18 de mayo 2022, 11:16
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Leopoldo Tolivar Alas
Miércoles, 18 de mayo 2022, 11:16
Es mucho lo que han marcado a lo largo de la vida y aún en el presente, las tierras vecinas de León. Sentimental y laboralmente. Hasta el punto, perdón por repetirme, de que me siento asturleonés y siempre lamenté, lo que ya parece un deseo ... imposible, no haber compartido una estructura autonómica. Leoneses y asturianos compartimos historia, patrimonio lingüístico y etnográfico, costumbres, montes, minería... Y en lo que somos distintos, como la costa y el interior o la climatología, somos complementarios. Hablar de familias y empresarios leoneses que avivaron el comercio astur y de asturianos que dieron impulso al turismo veraniego leonés, es un tópico, pero bien real y palpable.
Nunca me sentí extraño en León. Al contrario. Y eso que, hasta donde sé, no tengo una sola gota de sangre leonesa, pese al error tosco de la Real Academia de la Historia que, en la biografía de mi bisabuelo escritor, indica que «su madre se llamaba Leocadia Ureña, y era leonesa de origen». Falso: es al revés, una rama de los Ureña pasó de Asturias a la provincia vecina y se extendió por otros territorios cercanos. Clarín vivió, estudió, comulgó y se enamoró en León, pero sus primos Ureña -también emparentados con los Barthe, otro ejemplo de la unión de las dos vertientes- eran hijos de asturiano.
Genealogía al margen, conocí la provincia de León algo tarde. Con nueve años, cuando mi familia dejó de pasar los veranos en Salas y optó por volver a los veraneos que, madre y padre, habían disfrutado en la infancia, ambos a las orillas del Porma. Y así conocí Cofiñal, confín etimológico, como otros topónimos de Asturias, no sé si de cántabros y astures, como se acepta comúnmente, o de realidades más modernas. Un enclave maravilloso al final -o comienzo- de los puertos de Tarna y San Isidro, donde me mimeticé, perfectamente acogido, con la vida rural, con los animales, la trilla y el río.
De aquellos años, hasta los quince y alguno más en Boñar, recuerdo las largas caminatas familiares de la mano de mi padre, nacido en la parte asturiana tras las montañas. Recreo las subidas al lago Ausente, al imponente Susarón -que hoy da nombre a una marca comercial de infusiones- y, sobre todo, el adentrarme en esa joya de la flora ibérica que es el pinar de Lillo, camino del puerto de las Señales y casi aledaño de nuestro parque natural de Redes. Un pinar autóctono impresionante donde, además, probé por primera vez unos arándanos salvajes.
Todas estas vivencias se me grabaron sin riesgo de olvido, como las de mi primera adolescencia, ya en Boñar, donde experimenté los primeros sentimientos amorosos. Allí y en la capital, adonde viajaba a veces a encontrarme con alguna amiga. Mi deuda vital con León se acrecentó cuando, a los pocos días de acabada la carrera, la que iba a ser Universidad de León, por entonces aún Colegio Universitario, me ofreció trabajo de forma generosa y, para mí, sorprendente. Con pena dije que no y me quedé en Oviedo para ir algo después a Italia. Pero la deuda creo haberla saldado cuando, en 1984 y 1985 colaboré activamente en la docencia de la ya asentada Facultad de Derecho de León y, más tarde, ya como catedrático, cuando fui Decano durante cuatro años, de la Facultad de Económicas. Mi integración allí fue tan plena y receptiva desde todos los ámbitos, que aún me emociona haber sido llamado un día para pronunciar oficialmente las palabras de exaltación de la Constitución, un 6 de diciembre.
Cuando gestores muy queridos de la Universidad de Oviedo desbloquearon una plaza que no acababa de convocarse, deseando mi traslado, con pena me vine a Oviedo, pensando también en mi familia y, particularmente, en mi padre que acababa de sufrir una operación. Él, que, justamente, me había enseñado a amar a León.
Y, como no pierdo ocasión de volver y volver, la declaración del estado de alarma me pilló en un tribunal de tesis en el Campus de Vegazana. Y, naturalmente, cuando los confinamientos se levantaron, mi primer viaje fuera de Asturias no fue a ningún punto lejano o exótico, sino a las inmediaciones de la calle Ancha para sentarme a contemplar durante horas, como hago habitualmente, las vidrieras de la Pulchra leonina.
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