La humanidad no se extingue
Eduardo Fernández
León
Miércoles, 25 de marzo 2020
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Eduardo Fernández
León
Miércoles, 25 de marzo 2020
La humanidad no se extingue a causa de su propia estupidez porque somos muchos. Tan pesimista reflexión no viene a cuento de los que en pleno confinamiento siguen saliendo a correr como si no pasara nada, alegando nada menos que derechos constitucionales -el ... derecho subjetivo al trote cochinero es una de las libertades fundamentales de la Constitución del tonto español-, como si poner en riesgo el derecho a la salud de los demás no estuviera en juego en sus carreritas. Frente a esos gaznápiros me quedo con el ejercicio didáctico de nuestra gran Lydia Valentín dando ejemplo entrenando confinada, y eso que ella lo que se juega es una medalla olímpica.
Es fácil intuir que con mis lorzas más desatadas que nunca -quién hubiera pensado semejante elasticidad de la piel- por la posibilidad de pasar cada veinticuatro minutos por la nevera, uno esté contra los que corren, confinamiento de por medio o no. Pero no va por ahí. Ni tampoco por dos incalificables viejecillos que sigo viendo bajo mi ventana salir a pasear cada mañana, sí, no de compras, ni a la farmacia, ni al centro de salud, sino a no perder una costumbre de setenta años de mirarnos con suficiencia; llega la policía, los disuelve, y mañana será otro día. Ni a cuenta de los que están más preocupados porque no se retoma la liga -que es en mi caso para qué eliminamos al Liverpool para amilanarnos ante el coronavirus- que por si alguno de sus vecinos sucumbe en esta pandemia.
Viene a cuento de una información periodística de hace unos días que afirmaba que una conocida influencer rusa había celebrado una fiesta de cumpleaños que terminó en tragedia, incluida la propia muerte de su marido, porque no se les ocurrió mejor majadería para animar su Instagram que arrojar hielo seco a la piscina, con el resultado de varios muertos y muchos intoxicados. Pueden ustedes poner los que, no contentos con subir al pico del mundo con esfuerzo extenuante, palman al hacerse un selfie ladera abajo. Cualquier ejemplo de la suma estupidez humana. Lo dicho, la humanidad no se extingue por su propia estupidez porque somos muchos. Ahora ya no necesitamos ni el meteorito de los dinosaurios. Basta con no quedarnos en casa, no usar guantes, ponernos demasiado cerca de otros o no llevar mascarilla. Ni siquiera es necesario analizar el coronavirus con perspectiva de género. Basta con que, a pesar de tener estabulada a toda la chiquillería española sin salir a desfogarse al parque, los que tienen que dar ejemplo prefieran el autobombo para promocionarse en ruedas de prensa absolutamente prescindibles en la actual coyuntura sanitaria, en la que a todos nos interesan más las opiniones de los sanitarios que las de los políticos. No es necesario más que no crear problemas añadidos, porque los de la denuncia de la casta no renuncian al boato y la púrpura del cargo y se van a las ruedas de prensa como los de toda la vida, con asesores, escoltas, conductores, secretarias y jefes de prensa en lugar de mostrar didácticamente que una cuarentena es algo más incluso que un confinamiento. Con eso basta.
No es momento para enjuiciar qué opinión os merece a cada uno la acción pública en esta pandemia. Cuando pase ese tiempo prudencial podremos volver a ser una sociedad normal que enjuicia la labor de sus dirigentes con la severidad que merecen opiniones geniales de precampaña, como que Defensa debería suprimirse. Algunos habrán descubierto en una circunstancia como esta el enorme valor cívico del Ejército -la cercanía a los leoneses de la UME en incendios, nevadas e inundaciones ya nos había mostrado su utilidad enorme-, otros la conveniencia de no mermar los servicios públicos, especialmente en la sanidad, otros la necesidad de adaptar la educación a los tiempos del futuro y no las del pasado en lo que a la educación online se refiere. Lo que es indudable es que los españoles están individualmente y como sociedad aprendiendo mucho de sí mismos en estos días de particular dificultad. No sé cómo será la sociedad del futuro inmediato, pero sé que la política no puede volver a ser la misma. Y no porque esta crisis proporcione a los gobiernos de todo escalón territorial y toda orientación política la excusa para volatilizar los límites que hemos conocido hasta este momento, ya sea el control parlamentario del gobierno, la relajación del déficit público, otra forma de ver la deuda pública, priorizar más inversiones en economía de la innovación y desde luego para dedicar mucho más esfuerzo público a la investigación, que estos días nos ha parecido tan relevante. La política tiene que cambiar porque esta sociedad lo necesitará, porque veremos en León cuántos expedientes de regulación de empleo inicialmente temporal tendrán dificultades para no convertirse en definitivos de extinción. Porque los autónomos de toda condición y sector necesitarán una flexibilidad hasta ahora desconocida si no queremos que su esfuerzo por sacar a León de la crisis pasada se volatilice con esta. Porque algunas de nuestras empresas más punteras se sustentan en la internacionalización para ganar una competitividad que veremos hacia donde gira en estas semanas. Porque dar instrucciones detalladas para que los medios traten encomiásticamente al gobierno queda como de otro tiempo muy lejano, vamos, de antes del estado de alarma. Muchas cosas cambiarán y entre todos las iremos analizando.
Aunque quizás la razón para que el género humano no desaparezca a pesar de las bloggers rusas, los vicepresidentes con exceso de protagonismo, los de los selfies al borde del acantilado, los viejecillos de costumbre fija y los runners irrefrenables sea otra. De momento, si la humanidad no se extingue a pesar de su estupidez, no es porque en este León de la España vaciada seamos muchos, sino porque Dios, que es grande en el Sinaí, también lo es en cada rincón de esta provincia; porque son ilimitados la solidaridad a pesar del temor al contagio, la inventiva a pesar de la carencia de medios, la capacidad de resistencia ante la adversidad y hasta el buen humor demostrado por quienes están haciendo un esfuerzo -inmenso, impagable- por todos nosotros estos días.
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