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Homeland, el 11-M y el fascismo

Se imagina un país con todos los gobernantes unidos en contra del enemigo común

Miércoles, 5 de mayo 2021, 11:19

Alguna ventaja tenía que tener el confinamiento. Por ejemplo, que podamos dedicar algo más de tiempo a ver series de TV, cosa que antes algunos a penas sí hacíamos. Y la verdad es que hay series muy buenas. El caso de Homeland es - ... para mi gusto- uno de ellos. Carrie Mathison es la protagonista, una intuitiva e inusual (es bipolar) agente de la CIA que se verá envuelta a lo largo de 8 temporadas en una serie de conspiraciones terroristas donde nadie se puede fiar de nadie y donde las más de las veces se trata de cambiar -para peor- el mundo occidental tal y como lo conocemos, desestabilizando o derrocando gobiernos y democracias y quitando de en medio a quien haga falta. Para los que somos unos pobres infelices de a pie siempre nos queda la pregunta retórica de «cuanto de eso ocurrirá de verdad y no nos enteramos».

Sigamos avanzando. En España tuvo lugar el atentado del 11M, justo antes de unas elecciones generales. No voy a caer en la tentación de discutir si el atentado cambió el resultado de las mismas, seguro de todos nosotros tenemos una opinión. Lo que sí quiero es reflexionar sobre el antes y el después en España. Gobernantes y oposición jugaron diferentes papeles, algunos -depende de para quién- posiblemente miserables, pero muchos se esforzaron en asegurar con grandes voces que en España prevalecería la democracia y la libertad por encima de cualquier acto terrorista. La cuestión es si eso es cierto, si aquel atentado cambió algo en España, a peor, lo mismo que los terroristas que perseguía Carrie en Homeland lo trataban de hacer en diferentes países, incluido EEUU, con infiltrados de otras potencias, agentes dobles y toda la parafernalia de personajes propia de las películas de espionaje, acción, etc. Casi seguro que esto sólo ocurre en las películas, o no. Vaya usted a saber.

Las preguntas que nos debemos de hacer son si la democracia en España es ahora más fuerte que antes, si las libertades en España son más fuertes que antes, si la integridad del país es más fuerte que antes, si el Estado lo es, si la justicia lo es, si el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial lo son, y así todos los pilares básicos que constituyen un país democrático. Medite las respuestas.

Sigamos avanzando. Para no pocos españoles el grado de desestabilización y radicalización de la sociedad ha ido creciendo hasta llegar en la actualidad a límites insospechados. Los que todavía vivimos algunos años con Franco, asistimos a la Transición de una dictadura a una democracia y los años posteriores, estoy convencido de que nunca habíamos oído tantas veces la palabra fascismo y fascista como ahora, casi 45 años después. Se utiliza como insulto, como descalificación al adversario, al que no piensa igual, de una manera que llega al hartazgo. Ni siquiera recuerdo habérselo oído a Santiago Carrillo referido a Manuel Fraga, ni al revés (si usted es tan odiosamente joven como para no saber ya de quien hablo deje de ver Homeland -ya la verá después- y consulte la historia reciente de España). La tensión social, política, ideológica, etc. es tal que debemos volver a preguntarnos si hemos avanzado en nuestra democracia o hemos retrocedido, si el atentado -entre otras cosas- tuvo éxito -independientemente del resultado electoral inmediato- o no.

A finales de los 70 teníamos un enemigo común: la no democracia. Todos los partidos políticos (con excepciones residuales) se unieron a favor del sí en el referéndum a la Constitución, con ejemplos tan reveladores de campaña como «Contra nadie, a favor de todos». A pesar de coincidir un lluvioso 6 de diciembre de 1978, unidos por un objetivo, Fraga y Carrillo, González y Suárez, consiguieron que millones de españoles votaran mayoritariamente a favor. Ahora tenemos un enemigo común: la pandemia. La desunión es patética. Al grito de «fascista» se ha llegado a niveles de tensión y de coacción de las libertades insólitos, tensión que ha ido creciendo desde que aquel micrófono abierto de un locutor captara hace algunos años de un candidato: «conviene que haya tensión». Se imagina un país con todos los gobernantes unidos en contra del enemigo común, luchando contra la pandemia hombro con hombro, llegando a acuerdos de Estado para la economía, el empleo, la educación, etc.

Dice un amigo que eso es imposible desde el momento en que hay quien dice defender a las clases desfavorecidas, a los parados, a los pobres, desde lujosas casas y más lujosas cuentas corrientes que no parece vayan a compartir con los necesitados. Que viene a ser lo mismo que si yo anunciara un crecepelo. ¿Usted me lo compraría?

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