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Típica cena de Navidad.
Feliz navidad

Feliz navidad

Existen miedos que conectan sociedades, como el desamparo, los pies fríos por la noche o la sensación de siempre estorbar

Elena G. Díez

León

Miércoles, 14 de diciembre 2022, 18:18

Imagine que se acerca el 24 de diciembre y usted pasea ansioso por el salón preocupado por el reencuentro con su suegra, o el clásico cuñado que pondrá sobre la mesa con cortesía el tema más polémico del momento. Imagine la gran debacle de comprar a contramarcha los regalos del amigo invisible y envolver el presente de su pareja sin la seguridad de haber dado en el pleno un año más: «Ya tenía este libro, nunca me prestas atención». Imagine debatir sobre el menú de año nuevo y el inútil gasto de las uvas peladas y sin pepitas. Imagine repetir outfit con alguno de sus allegados u olvidarse de la ropa interior roja para comenzar con buen pie un 2023 que solo augura malos presagios.

Bien, ahora como si se hubiesen personado los fantasmas de sus navidades pasadas, presentes o futuras, visualice a quien gracias a la caridad dormirá con una manta extra en Nochebuena para evitar el ardor que produce la vida a la intemperie; un viudo cuya más valiosa compañía es el sonido de las manecillas del reloj o a una pareja desesperada por encontrar un chollo de segunda mano como antídoto a que su pequeño amanezca en epifanía preguntando si se ha portado mal.

Recuerdo un poema de Calderón de la Barca que mi madre siempre repetía junto a aquella vulgar expresión de «no escupas al cielo, que puede caer encima». Hablaba de un sabio que un día, tan pobre y misero estaba, que solo se sustentaba con las hierbas que cogía. En su desgracia se preguntaba si existiría otro en peores condiciones que las suyas y que pudiese albergar mayor tristeza, cuando al dar la vuelta comprobó que un hombre recogía las hierbas que él desechó. Algo similar sucede, a mi parecer, con la visión de la que se dota a la Navidad.

Los percances de cada casa son personales, intransferibles y de libre interpretación. Nadie juzga si el lector se preocupa por cosas banales o encuentra motivos a su disgusto. Por todos es sabido que estas celebraciones son tan sinónimo de nostalgia como de unión. Sin embargo, dirigir una mirada hacia quienes recogen los excedentes de las comilonas y el espumillón, sería una utopía maravillosa. Dar su lugar a los invisibles de las fiestas sin caer en una vanidosa compasión.

En ocasiones suena mejor el sonido de una limosna al caer que el propio significado que este acto en sí cobra. Casi nadie practica la caridad a solas, porque no es satisfactorio autoimponerse medallas. Por eso cuanto más público, mayor dopamina libera la generosidad.

No es una cuestión de campañas, ni de aprovechar para poner en práctica lo que se ha aprendido del libro de Marie Kondo y tirar la casa a la beneficencia. Tampoco se trata de imaginar un paseo por India acogiendo desamparados bajo un manto protector, o de pensar que del gesto de estirar la mano para tender una moneda o no depende la adicción de un hombre. El destino no pertenece al ser humano, pero sí la capacidad de dar un nombre a cada cosa y reconocer a cada individuo la situación en la que se encuentra.

Existen miedos que conectan sociedades, como el desamparo, los pies fríos por la noche o la sensación de siempre estorbar. Algunos se han materializado durante los últimos años apocalípticos y, por desgracia, se han impregnado en la atmósfera de diferentes hogares. Este texto pretende invitar a la reflexión sobre cuántos estarían matando por la compañía que otros desprecian, la monotonía de un regalo fallido más a la colección, poder decantarse por un bote de uvas u otro en el supermercado o comenzar el año con el mismo vestido de alguien a quien aprecian y sin ropa interior.

Feliz navidad.

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