En un ejercicio de puro galleguismo, el misacantano Alberto Núñez Feijóo, ha aterrizado en Madrid sin haber dejado todavía la presidencia de la Xunta de Galicia, lo cual le obliga a un ejercicio de bilocación entre la calle Génova y San Caetano que, con todo ... lo que tiene encima, no debe de ser el mayor de sus problemas. Su perfil es, justamente, lo que proclamaba por Moncloa, sin demasiado éxito, el caído Iván Redondo cuando quería presentar a Pedro Sánchez ante los ciudadanos como un 'presidente-CEO', un ejecutivo capaz de dirigir España como si del grupo Inditex se tratara. Y algo de eso es lo que se trae entre manos el nuevo presidente del PP, su estilo de liderazgo se va a notar, porque atesora una amplia experiencia en la cosa publica y, además, ya tiene una edad. Como él mismo explica, «con 60 años juega el último tercio del partido en el terreno político, que es el tiempo en el que se deciden los resultados».
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Tengo para mí que Feijóo puede ser presidente del Gobierno de España antes de lo que él mismo piensa. Los chalecos amarillos aún no han salido a la calle, como ocurrió en Francia, pero el descontento ciudadano puede extenderse hasta extremos alarmantes. Imaginen manifestaciones continuas de transportistas, ganaderos, pescadores, funcionarios, pensionistas, consumidores y todos aquellos colectivos que se sientan al límite ante la descomunal escalada de los precios, la merma de su poder adquisitivo y el previsible e inevitable incumplimiento de promesas –como indexar las pensiones a la inflación– que la actual coyuntura plantea como imposibles. Esa presion social haría saltar por los aires a un Gobierno diseñado para tiempos de bonanza y carnaval, en cuya hoja de ruta no figuraba una crisis tan pavorosa como la que se nos viene encima.
De modo y manera que el sucesor del volátil Pablo Casado, va a tener que preparar de inmediato su estrategia porque el calendario puede reclamarle calentar por la banda más temprano que tarde. Su alianza con Juanma Moreno en Andalucía, será una de sus primeras horas de la verdad si, como está previsto, se convocan elecciones anticipadas en junio. Ambos saben que esa operación tiene que servir como heraldo de presentación del nuevo lider en la política nacional y que no pueden arriegarse a repetir un fiasco como el de Castilla y León, salvado a última hora, de penalty, y con Vox de árbitro.
Feijóo lo ha mandado todo en Galicia. Su poder ha sido enorme y sus tentáculos en la sociedad galaica también. Ahora, todo es muy diferente. Madrid es un ecosistema hostil en el que se queman politicos a velocidad de vértigo y en el que los cadáveres se amontonan en los armarios. Aquel político prometedor que se iba a comer el mundo llamado Albert Rivera, es hoy sólo un vago recuerdo; y lo mismo pasa con Pablo Iglesias, que quería asaltar los cielos y se cayó de bruces desde las alturas. De Pablo Casado, no hay que decir nada. Su enfrentamiento con Isabel Díaz Ayuso le hizo implosionar hasta dejarlo fuera de juego. Feijóo cuenta ahora con un cierto estado de gracia, pero sabe que lo va a tener difícil. Nada más resultar elegido presidente del PP en Sevilla, se acercó a los periodistas y les pidió, en broma, que le dieran una tregua en sus 100 primeros días. Estos, cordialmente, le dijeron que no la iba a tener, y con su pragmatismo habitual encajó la respuesta y respondió desde lo más hondo: «Ya lo estoy comprobando».
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