Con tonelaje estilo mamut no es de extrañar que yo me fatigue a poco que tenga que subir escaleras o me hablen de política. Ya si me hablan de manifestaciones, directamente me mareo. Ya pueden suponer que uno no ha venido genéticamente equipado para la ... cosa de las manifas, ripio con megáfono y banderas al viento. A los que se inventan los eslóganes de las manifestaciones habría que matricularlos en un curso acelerado de poesía conceptista, y a los que repiten los mismos treinta años después, azotarlos hasta sangrar, que es castigo atinado, moderno y permisible, porque lo propuso en su día el descubridor de la democracia, que no fue Solón, sino Pablo Iglesias.

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Hace unos días he visto una manifestación en la que gritaban que hay «terrorismo patronal». En 2022. En León. Con la que cae. Con los empresarios y los autónomos asfixiados. Hay que tener el desahogo mental y la caradura vital de una liberada sindical para andar berrando semejantes gilipolleces hoy. ¿O es que no funciona la Inspección de Trabajo con flamante ministra podemita dirigiéndola ante cualquier desmán empresarial? Salir a cualquier localidad de esta provincia a clamar contra el terrorismo patronal creyendo que se está en las barricadas de la comuna parisina del siglo XIX o en la ensalada de siglas comunistas de la transición peleando por diferenciarse a ver quién era más radical, es no darse cuenta de cómo cambia el mundo a tu alrededor mientras tú sigues sin darle palo al agua y viviendo del momio sindical. El problema es que esta gente, como la de llevarse la pasta de los ERES a farlopa y putas o los de las mariscadas sindicales, son los primeros que arruinan el imprescindible trabajo de los sindicalistas que se desviven por mejorar las condiciones de trabajo en León, siempre que haya trabajo, claro. Uno ha conocido suficientes sindicalistas mineros curtidos en los pueblos de León y en la industria pesada berciana como para saber que una cosa es esto, la pelea desinteresada, el sacrificio, la lucha por lo de todos y otra el vividor institucionalizado, perpetuado en la poltrona del aparato.

A los sindicatos les pasa como a los partidos políticos, que tiene una función fundamental en un Estado de Derecho social y democrático, pero que se han ganado a pulso el descrédito creciente desde hace décadas hasta hoy. La famosa desafección afecta por igual a partidos y organizaciones sindicales. Ante esto se puede reflexionar, corregir y siguir siendo útil a la sociedad, o tomarse a mal cualquier crítica y llamarnos fascistas a los que no compartimos muchos de los mensajes de las pasadas manifestaciones. Este 1 de mayo no ha servido mucho para ello, confío que las de los años venideros la situación sea muy distinta, porque en mitad de la globalización que ha dejado tantas empresas leonesas sin mercados en el mundo y sin el consumo interno en esta provincia, seguir con la monserga del terrorismo patronal es no tener ni siquiera imaginación para reivindicar. Yo que he vivido siendo dirigente político lo de tener algunos propios que no había quien sujetase, entiendo perfectamente la pereza que les da a los dirigentes sindicales refrenar a algunos y algunas de megáfono fácil. Al fin y al cabo, es el desahogo de la escenificación del día, hay que darle vidilla a la manifestación, porque cada vez hay menos gente, cada vez menos jóvenes, cada vez menos entusiasmo, cada vez menos satisfacción con la propia labor sindical. A falta de ideas diferentes, batucada, bandera republicana que para los que no hacemos de los símbolos lo principal sino lo evidente y nos identificamos con los símbolos constitucionales, es tan diferente a la constitucional como cualquier otra, megáfono contra el terrorismo patronal y mucha fraternidad.

Dirán algunos que cómo respiro antisindicalismo por todos los poros de mi piel, que son muchos. No, es que para esto soy tan ácrata como Ferdinand Domela Nieuwenhuis, el anarquista decimonónico que clamó que «el culto a los sindicatos es tan nocivo como el del estado, pero existe y amenaza ser más grande cada vez». Yo creía que los sindicalistas están para hacer reivindicaciones sea cual sea el gobierno y su color político. Los últimos años en España han demostrado hasta qué punto pueden ser serviles con los de las organizaciones fraternas o menos fraternas, porque cuánto se disculpa a los propios que se reprocha a los ajenos. Si en León la orden de cierre anticipado de las térmicas, el precio de la luz de 60€ a 722 y la despoblación de estos últimos años hubieran sucedido con otro gobierno, hubiésemos visto cuánta movilización sindical y cuántos eslóganes ocurrentes hubieran quemado los megáfonos. Y cuantas mesas, plataformas y similares habrían jalonado la geografía y las instituciones provinciales.

Medir con el mismo rasero es algo que no hay que pedirle ni a los partidos ni a los sindicatos. No están para inmolarse por el principio de igualdad. Pero no pueden esperar que la peña les compre acríticamente sus interesados sectarismos o silencios, que de todo hay. Así que a arrastrar la desafección y preguntarse por qué no sale a las manifestaciones tanta gente como se espera o como en años anteriores. El pensador flamenco Van Reybrouck propuso en 2017 el concepto de fatiga democrática para explicar por qué la sociedad está hasta las narices de algunos políticos y sindicalistas, más allá de la corrupción y los desaciertos, por qué la gente está cansada de que el sistema no dé solución a los problemas que les acucian en su casa y en su trabajo. El síndrome de fatiga democrática llega a León y espero que no traiga más desafección y polarización.

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