Europa de los ciudadanos
Antonio Papell
León
Miércoles, 8 de abril 2020, 14:12
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Antonio Papell
León
Miércoles, 8 de abril 2020, 14:12
La UE ha comenzado a manejar profusamente el concepto de soberanía europea, frecuentemente en boca de la recién llegada presidenta de la Comisión Europa, Ursula von der Leyen, y del presidente francés, Emmanuel Macron. Según Andrés Ortega, del Real Instituto Elcano, este concepto se ha ... convertido en la nueva aspiración de algunos líderes importantes de la UE «cuando el soberanismo se ha reforzado de la mano de EEUU, China, la India o Rusia, entre otros, y la UE es menos tras el «brexit»». La UE, «basada en leyes y multilateralista, vive mal la crisis del derecho internacional y del multilateralismo derivada de ese soberanismo». El ejemplo más a mano es la impotencia con que Bruselas ha intentado mantener el tratado nuclear con Irán tras la defección de los Estados Unidos: al final se ha tenido que plegar a la voluntad norteamericana. «¿Acabará pasando algo equivalente -se pregunta Ortega- con la prohibición estadounidense de Huawei en el 5G?».
Sucede sin embargo que el unilateralismo de las potencias mencionadas, con los EE UU a la cabeza, se basa en la adopción de un introspectivo nacionalismo, más o menos populista. Y Europa, que se edificó precisamente para aplacar y contener los agresivos nacionalismos que habían provocado dos guerras mundiales, no ha conseguido ni siquiera intelectualmente dotarse de verdadera entidad federal. Y lo ideal sería que lo consiguiese, sobre la base no de un nacionalismo europeísta sino de una ciudadanía racional y política, equivalente al útil concepto de «patriotismo constitucional» divulgado por Habermas: lo que nos vincula no es la tradición, ni la nación, ni los símbolos, ni siquiera la historia, sino el hecho de compartir los mismos derechos, libertades y valores, el estar sujetos a las mismas leyes democráticas, el participar en los mismos proyectos vitales.
Matteo Salvini, en unas declaraciones recientes publicadas en España, declaraba su cercanía al húngaro Viktor Orban y aseguraba que le gustaría «que se crease una fuerza que represente le Europa de las patrias y los pueblos». Pues no: esa Europa fracturada, celosa de sus peculiaridades culturales, segura de su superioridad, es la que se desangró dos veces en el siglo XX y nos deparó horrores que nunca debieron haber acaecido. Lo deseable es concluir la construcción de la Europa de los ciudadanos, abierta el mundo, permeable a todas las influencias, segura de sus convicciones pluralistas, cosmopolitas y humanistas, trabada internamente por las fibras Estado de derecho.
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