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Mientras se reducen drásticamente los contagiados y los muertos; mientras se avanza en la desescalada sanitaria y España se encuentra de luto oficial; mientras sobreviven las empresas hibernadas gracias a los ERTEs; mientras se abre camino un fondo europeo de recuperación, el Gobierno ... ha tenido la valentía de aprobar la renta mínima garantizada para 850.000 familias en estado de necesidad. Sin embargo, nada de esto le importa a quienes continúan con el penoso espectáculo en el parlamento y en los medios de comunicación, concentrados en exhibir miserias con tal de desacreditar al Gobierno. La coalición gobernante ya comete bastantes errores por sí sola, como el absurdo (por decirlo suavemente) acuerdo parlamentario con Bildu, abortado en pocas horas por Nadia Calviño. También son recurrentes los intentos del partido minoritario de meterle goles al gobierno desde fuera del Consejo de Ministros y al margen del programa pactado. Ya son varios los intentos con la correspondiente discrepancia pública entre ministros y el debilitamiento de la solidez de la coalición.
Ahora bien, la oposición ha perdido por completo el sentido de Estado y del ridículo. La última majadería ha sido el intento de convertir la manifestación del 8 de marzo en la madre de todas las pandemias. El asunto ha llegado al extremo de involucrar a órganos judiciales y de las fuerzas del orden en una disparatada tesis, según la cual el gobierno conocía ya la gravedad de la epidemia futura cuando autorizó la tradicional manifestación feminista del 8 de marzo. Puesto que asistieron a la manifestación (entre otras muchas) la vicepresidenta primera, dos ministras y la propia esposa del presidente del gobierno y que todas ellas padecieron la covid-19 en días posteriores, la única conclusión coherente de los majaderos debería ser que Carmen Calvo y las otras manifestantes querían suicidarse y por eso se autorizó la manifestación.
El papelón de la oposición parlamentaria está causando asombro más allá de nuestras fronteras. El director del HuffPost-España, se reúne a diario con las otras ediciones internacionales (EEUU, Italia, Reino Unido, Francia, Canadá…) para informar sobre la marcha de la pandemia en cada país y relata lo siguiente «El caso español les tiene fascinados, en ninguno existe una fractura social tan evidente como en España. La responsable de la edición canadiense comentó como allí todos los partidos habían permanecido unidos desde el primer minuto en una lucha que saben no es política sino sanitaria…tras avanzar que [en España] la ultraderecha planeaba marchas contra el gobierno tomando las principales calles del país, me preguntaron cuáles eran las reclamaciones de los manifestantes. «Libertad y la dimisión de Pedro Sánchez» respondí. «Pero ¿qué medidas proponen?» siguieron. Tras dudar varios segundos, respondí: «Ninguna″. Y así llevamos muchos meses, desde el momento en que tomó posesión el gobierno, sin ninguna propuesta pero con un constante y estruendoso espectáculo de acoso al ejecutivo cuando más falta hacía cerrar filas. Una vez más, queda claro que buena parte de la derecha española es muy diferente de las derechas de los países de nuestro entorno, le falta solera democrática y altura de miras.
Algunos comportamientos son recurrentes. Se podría pensar que hemos vuelto a 2010 cuando, tras el estallido de la Gran Recesión, Cristóbal Montoro le soltó a Ana Oramas «que caiga España que ya la levantaremos nosotros» en una infame exhibición de falta de patriotismo y de solidaridad con los españoles de a pie. Pero en realidad es mucho peor: hemos vuelto a 1994 cuando «fue necesario poner en riesgo el Estado para acabar con Felipe González» (y llevar a José María Aznar a la Moncloa), según confesó después Anson, cabeza del autodenominado «sindicato del crimen» periodístico. Aquella campaña se materializó con la ayuda imprescindible de algunos jueces, de algún militar descarriado, de alguna izquierda y se cerró con el Pacto del Majestic del que Aznar salió hablando catalán en la intimidad. Sin todos ellos, el PP no era capaz de ganar unas elecciones en buena lid y formar un gobierno. Muchos de aquellos conspiradores siguen en activo en la actualidad y copiando las mismas prácticas facinerosas de entonces, comenzando por la crispación pública.
Independientemente de la miseria infinita exhibida por parte de la oposición, este Gobierno (junto con los de Francia, Italia y Portugal) ha conseguido lo que hace unos meses parecía imposible: tramitar un programa europeo de recuperación por importe de 750.000 millones del que España podría recibir 140.000, lo que no está nada mal para empezar a salir del desastre. Las alianzas de Sánchez y Calviño han funcionado y permiten a España mirar al futuro con mucha más confianza que si tuviéramos que afrontarlo en soledad. Por supuesto esto no les importa a los que publican casposos manifiestos golpistas. No les interesa a los que como Vox, votaron en contra de ese programa en el Parlamento Europeo. Y se puede decir claramente que le molesta profundamente al PP (su silencio le delata) porque cualquier buena gestión de este Gobierno le produce urticaria y rompe su estrategia catastrofista. Sin embargo, el fondo para la reconstrucción es solo el punto de partida para el inmediato futuro. Veremos qué espectáculo nos deparan a partir de ahora en la Comisión de Reconstrucción los que no querían ni que existiera. Aunque es fácil predecirlo: asistiremos al petardeo despectivo de los portavoces nacionales combinado con las infinitas reclamaciones de los presidentes autonómicos en busca del mayor bocado y el mayor agravio. Seguirán con el espectáculo para ocupar más espacio en los más deplorables programas de televisión en lugar de trabajar para la nueva realidad económica y social postcovid que necesita este país.
El ingreso mínimo vital, recientemente aprobado, será también un buen punto de partida para combatir la pobreza extrema en un país con la desigualdad creciendo de manera desbocada. Será un colchón importante para todos los trabajadores dependientes de actividades económicas que no van a volver al pasado, o que tardarán mucho tiempo en hacerlo mientras no exista vacuna para el covid-19. Va a ser un amortiguador escueto pero insustituible para quienes les toca perder siempre que se produce una crisis por el motivo que sea. Lo van a notar de manera especial los dos millones de niños beneficiados y que tienen auténticas dificultades para comer tres veces al día. Esta renta mínima, pero vital, que ya existe en muchos países europeos y completa nuestro estado de bienestar, también es despreciada por los patriotas de cartera asegurada: la llaman «paguita». Están muy ocupados en fomentar el estado de malestar y el malestar con el Estado.
Resulta indiscutible que para llevar a cabo con eficacia la reconstrucción social y económica necesaria, además de dinero (mucho dinero), sería muy conveniente un clima de concordia social y política. Sería beneficioso (incluso revolucionario) algo tan manido como recuperar el consenso constitucional y el respeto institucional, olvidar las descalificaciones y ponerse a trabajar en el diseño estratégico de un futuro que por necesidad será bastante diferente del pasado que conocimos. Va a ser muy difícil conseguir ese ambiente porque hay demasiados actores interesados en sabotear cualquier acuerdo que, en el fondo, solo dependerá de la buena o mala voluntad de los participantes. Aparecerán las diferencias inventadas y sobredimensionadas con tal de mantener un clima político y social irrespirable sin la más mínima tregua al Gobierno. Pero todos los españoles debemos tomar nota de quienes se apuntan a la crispación y a la gresca permanente y quienes optan por propuestas constructivas y de cohesión social.
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