Hay un montón de gente estos días en nuestra provincia que se te queda mirando abstraída y sabes que en realidad no está interactuando contigo, sino en su plena ensoñación. No es la Santa Compaña; son los candidatos en campaña. Se distingue a un candidato municipal enseguida, porque te quiere colocar su rollo sin aguantar el tuyo y porque cuando te dedica una mirada en profundidad, en realidad no está traspasando tu alma hasta perderse en el horizonte tras tu cogote, sino evitando mirarte de cerca, para ver de lejos una coronación que haría palidecer a la de Carlos III en Inglaterra.

Publicidad

La dichosa piedra del destino de Scone que pusieron debajo del trono del rey inglés hace una semana se la están pasando en León de unos a otros. Viene a ser una versión leonesa de pasarse por la piedra al electorado. La del destino, digo. Vamos a morir todos de sobreexposición a las promesas electorales, que tienen más carga radiactiva que los cafés que le da Putin a sus enemigos. Ya advirtió Moliere a los franceses en su L'impromptu de Versailles que las personas son todas parecidas en sus promesas y solo difieren en sus acciones. Aquí llega un momento en el que te resulta extenuante saber quién te promete qué cosa, salvo que sea que Podemos te prometa más policías en las calles y Vox más leyes trans. Aunque igual no está lejos ese momento. Yo en campaña electoral estoy más bien en la línea de Horacio: «las muchas promesas disminuyen la confianza». Nos prometen tanto estos días que ya no tenemos resquicio ni para la confianza, ni para la esperanza, ni para la paciencia, y estamos a poco de no tener espacio ni para el oxígeno que respiramos, que con cada inhalación te llevas una promesa de recrear en mitad de un parque de León o de Ponferrada el aire de los Picos de Europa.

Es una lástima que aquí no se sigan ceremoniales más ostentosos en las tomas de posesión de los alcaldes. No digo ya una banda al hombro con los colores nacionales como hacen en Francia o en Italia, que estaría simpático aquí ver al personal de la izquierda aguantar el patriotismo simbólico cruzado por el pecho. Pero no menos de cetro, corona y bastón de mando. El bastón en León es de ordeno y mando en muchos sitios, si no esperen a ver las órdenes de los partidos para las votaciones de designación de alcaldes.

A mí todo esto me parece una larga antesala hasta que llegue el momento entretenido en que con los resultados electorales en la mano todo el mundo empiece a hacer cábalas respecto a los pactos de gobierno. Porque si algo tiene esta atomización de ofertas electorales en León es que va a resultar imposible a los votantes decir que no encuentran opción política que les represente entre la ensalada de siglas que comparecen en toda la provincia, y a la vez que ha desaparecido aquella tasa de concentración de voto que la gente confunde con el bipartidismo. Hemos visto algunas encuestas en las que el número de indecisos -o en León más bien de los que no le cuentan ni a sus parejas su intención de voto- superaba incluso la intención de voto decidido al partido mayoritario. Si a eso le sumamos los sesgos muestrales, la cocina de las encuestas y el margen de error, como para saber cómo va a ir la cosa. El caso es que va a ser una juerga continua y un entretenimiento para los periodistas, que van a pedir que se repitan elecciones municipales cada año, que resuelve mucho la duda existencial sobre qué escribir, si en León no quieres hablar de la sangría poblacional, el envejecimiento y las infraestructuras que nos deben entre todos.

Ya he oído la cantinela de que se va a cambiar el Ayuntamiento de León por la Diputación con toda suerte de variaciones, combinaciones y permutaciones. Me falta solo lo de la Großekoalition PP-PSOE y que Vox se quede con el Ayuntamiento de León a cambio de votar a Podemos en la Diputación. Y necesariamente la UPL en medio de todo. Luego claro, la peña presume siempre de ser quien más se acerca al resultado final porque ha predicho todos y cada uno de los resultados posibles en conjunto sin decantarse por un solo escenario electoral.

Publicidad

El caso es que sea quien sea quien se haga con el Ayuntamiento de León, yo no quiero que lo proclamen alcalde o alcaldesa, sino que tengamos coronación, que lo alcen sobre un escudo y le rindamos pleitesía en el patio de San Isidoro a falta de Palacio Real municipal y yo estoy dispuesto a hacer los coros del Te Deum final. Alcalde(sa) totius Hispaniae. Con menos de eso no se cumple para las exigencias leonesistas por las que parecen pasar todas las aspiraciones de pactos municipales.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas

Publicidad