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El personaje de Salvador Mallo, trasunto del director Pedro Almodóvar en su película 'Dolor y gloria', confesaba: «Las noches que coinciden varios dolores, esas noches creo en Dios y le rezo; los días que sólo padezco un tipo de dolor, soy ateo». El 17 de ... octubre se celebra, desde que hace casi dos décadas así lo estableciesen la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor y la Organización Mundial de la Salud, el Día Mundial contra el Dolor.
La oposición al dolor, por mucho que parezca una obviedad casi semántica, no es ninguna boutade: es difícil aceptar aquello que no se comprende. Por eso, aunque se estima que alrededor del 18% de los españoles padece dolor crónico –esa clase de dolor que persiste más de tres meses después de haberse neutralizado la causa que lo originó en un principio–, estos pacientes suelen resultar invisibles para su entorno. En este contexto, a nadie debería extrañarle que muchos prefieran encomendarse a las instituciones divinas antes que a las humanas.
Es posible que, para quienes sufren dolor crónico, la devoción sea el único remedio posible. No lo son, desde luego, ni un sistema sanitario que tiende a desentenderse, ni un sistema económico voraz que no comprende que alguien deje de ser productivo por un sufrimiento sin causa aparente, ni tampoco las redes de afecto, que tantas veces, ante la falta de información, niegan la mayor y terminan por quebrarse.
Así las cosas, es lógico que los diagnósticos de depresión se disparen entre los ciudadanos con dolores crónicos: ser invisible, en realidad, tiene muy pocas ventajas; y la redención casi nunca llega para quienes terminan por conformarse con un dolor inmenso sin gloria alguna que lo enmiende.
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