De un tiempo a esta parte, los actos reivindicativos que se convocan cada 8 de marzo nos provocan a muchas mujeres una alegría tan extraña -por intensa, casi eufórica; por transversal y por infrecuente- que la resaca del día después puede llegar a resultar descorazonadora. ... Las afortunadas que nos podemos permitir vivir esta jornada como una celebración de lo conseguido, que somos conscientes del tipo de cosas que todavía nos separan de la equidad, que contamos con una red feminista de afectos y que, además, tenemos la suerte de vivir rodeadas de hombres aliados que comparten nuestras vidas y las suyas en pie de igualdad y son conscientes de sus propios privilegios, no debemos olvidar que existen un montón de realidades más allá de nuestras narices: millones de mujeres que durante todo el año, e incluso en las manifestaciones del día de ayer, permanecen invisibles en el discurso público.

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El avance en la conquista de derechos pasará, necesariamente, por recordar que ayer hubo quien no pudo manifestarse porque un entorno machista no se lo permitió; que aún hay mujeres que no se consideran igual de válidas que un hombre, porque la tradición tiene un peso específico enorme en nuestras sociedades; que existen las mujeres LGBTIQ, y que todas arrastran una pila de prejuicios que en ocasiones deshacen sus lazos familiares y afectivos; que el rural existe, que es imprescindible que el feminismo impregne también el campo y que hay personas y colectivos trabajando para dar dignidad a las realidades no urbanas; que hay mujeres discriminadas también por la xenofobia que impregna los nacionalismos. El día después, acordaos de ellas, porque la revolución feminista será de todas o no será.

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