Escribo estas líneas para tranquilizar a Pablo Iglesias, al conocer que está sufriendo un lacerante estigma. El domingo dijo en Cádiz que no le gustaba que le llamaran «periodista» porque es un oficio «desprestigiado». Admiro mucho a Pablo porque ha abierto una vía de acceso ... muy dificultosa a la profesión, algo así como si la hubiera escalado por la cara Norte: primero estudia uno otra cosa, luego se mete de profesor en la Universidad, más tarde funda un partido político, saca muchos diputados, se convierte en vicepresidente y finalmente lo deja para cobrar un pastón escribiendo columnitas en importantes grupos de comunicación. Y todo esto –ojo– sin dejar ni por un momento de ser Gente Humilde y Víctima de los Poderosos.

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Ocurre, sin embargo, que en este asunto yo practico un elitismo inverso y solo considero periodista al que alguna vez ha entrevistado al socorrista de un camping. Es ahí, Pablo, donde uno se hace periodista. Aún estás a tiempo. Aprovecha este verano para irte a hacer un reportaje a un pueblecito de la sierra, a un partido de Tercera División, a hablar con los tenderos del barrio. Verás que no es tan fácil como parece porque el buen periodista se dedica sobre todo a escuchar a los demás y a contar lo que ve, sin andar por ahí colocando obsesivamente su mercancía. Confundes, Pablo, el periodismo con el columnismo y el «sentido crítico» con lo que tú piensas, y esos son errores muy comunes. Por fortuna, tienes a mano una forma fácil de descubrir a los auténticos periodistas: son esos infelices que cobran mucho menos que tú y escriben mucho más que tú, y generalmente mejor. Así que, Pablo, deja de sufrir por si algún desalmado te llama periodista. No lo eres.

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