Decía una mujer sabia que la vida tuvo el detalle de colocar en mi camino que «nadie es tan malo, ni nadie es tan bueno», y es que, ahora que parece que se ve una luz al final de este duro túnel que nos ... está tocando vivir, echo la vista atrás y pienso en la cantidad de historias que podría contar a mis nietos sobre cómo puede comportarse la gente en situaciones extremas. Recuerdo la del tiesto en la calle de la Rua, o a toda esa gente que paseaba la barra de pan, a los que increpaban desde el balcón «vete a tu casa», o aquel helicóptero persiguiendo a un hombre por la playa, de ahí pasamos a colectivizar los comportamientos y llegaron los malos, los jóvenes que hacían botellón y a los que se demonizaba constantemente, quizá en una búsqueda desesperada de un responsable de la difusión de un virus que nos va a cambiar la vida y el futuro.

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Pero es que nadie es tan malo. Que el foco mediático permaneciera durante semanas sobre fiestas, que no digo que no las hubiera, y sobre los jóvenes derivó en la demonización de un sector de la población que también sufre. Afortunadamente para ellos su edad parece ser un arma contra la enfermedad pero están pasando a ser los grandes olvidados porque la otra gran pandemia a la que nos enfrentamos, la salud mental post-covid, les está pasando una factura importante. Hace apenas 2 días saltó una noticia que afirma que la atención a jóvenes y adolescentes por salud mental se dispara un 138% con la pandemia, una cifra espeluznante, si tenemos en cuenta el sector de población del que hablamos.

Es una cifra que refleja lo que recoge un sondeo publicado recientemente por Unicef y que habla del impacto del Covid-19 en la salud mental de adolescentes y jóvenes que ven cómo todo lo que ha sucedido ha incrementado su ansiedad y hasta depresión, y son cada vez más los informes técnicos que reflejan este problema que se nos viene encima.

La gran autoridad mundial en resiliencia y capacidad de las personas para superar la adversidad, el neurólogo y psiquiatra francés Boris Cyrulnik, afirmaba en una entrevista en XL Semanal que a quien más afecta todo esto es «a los jóvenes, estar uno o dos años en esta situación les va a hacer perder un tiempo precioso cuando el cerebro está construyendo sus circuitos. La madurez se retrasa en periodos de aislamiento. El cerebro necesita ser estimulado mediante la conversación, los gestos, la actividad física…».

No, no son demonios los jóvenes, sólo son jóvenes y se enfrentan a un importante cambio en sus vidas, algo que en plena duda existencial sobre qué va a ser de tu vida puede tener consecuencias como las que ya estamos empezando a vivir en cuanto a la atención de la salud mental. Y es un problema para el que tenemos que estar preparados, no podemos ignorar las cifras, un problema que se debe de afrontar desde la sanidad ampliando la atención psicológica para que esto no se nos vaya de las manos porque no es que no sean el demonio, es que son el futuro.

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Confío, pese a que los que me conocen bien saben que peco de pesimista, en que la salud pública sepa estar a la altura para afrontar esta nueva pandemia, aunque para gestionar eso hay que tener el cerebro en su sitio y juraría que Epi y Blas eran unos muñecos.

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