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Si había algo que me molestaba profundamente por estas fechas en las que el verano va tocando a su fin, era el famoso «libro de vacaciones». La famosa frase de «todo lo que puedas hacer hoy, no lo dejes para mañana« es, con toda ... seguridad, una de las frases que más he repudiado a lo largo de mi vida. Un compañero granadino con mucho duende, siempre me decía que los impuestos había que pagarlos el último día, y a última hora, por si los quitaban.
Y así es como yo me he movido toda mi vida, haciendo la declaración de la renta el último día, estudiando en el último momento y preparando maletas el mismo día del viaje, apenas unas horas antes, con la emoción que eso siempre conlleva.
Evidentemente el verano no me iba a cambiar. Y mi madre, por miedo a que se agotara el dichoso libro de vacaciones, todos los veranos lo reservaba en la librería de siempre.
Mi padre era de los que se encerraba en los días siguientes al cierre del colegio, y en dos o tres jornadas liquidaba las tareas, con el gozo de poder afrontar ocioso el resto de las vacaciones. Imagino que otros muchos, después de desayunar y antes de ir a la piscina, esos que según mi madre tenían «un gran amor propio«- prometo no decir nombres- cogían silbando y felices el cuaderno de deberes y con toda seguridad leerían cuatro paginas extra de aquellos libros de lectura.
Y luego llegamos los del pelotón, los del último día y a última hora. Porque el verano es para descansar, dormir (qué gran placer) y sobre todo para no hacer nada. José Enrique Martínez, buen amigo y gran profesor, catedrático de Teoría de la literatura de la ULE, me contaba que después de retirarse unas semanas en el pueblo de su mujer, en la Cepeda leonesa, notaba tanta tranquilidad que cansaba. Pues eso, yo siempre he entendido el período vacacional como lo que es, cansarse de no hacer nada, cansarse de estar cansado.
Esa sensación de que ya estás quemado de ver series y películas en las distintas plataformas y empiezas a echar de menos la adrenalina del día a día.
Pues bien, yo diría que mi hijo Dimas no se parece a su madre y ya empieza a despuntar por la corriente Cañón. En unos días empezaremos el colegio y el libro de vacaciones va aún bastante lento. Pero todavía nos queda una semana para darle un último empujón y salvar el expediente.
En una semana comenzarán las clases para nuestros pequeños, esas que tantas dudas generaron el año pasado y que tantas corrientes de padres y profesores descreídos intentaron boicotear hasta el último momento. Si hay alguien que el curso pasado lo hizo como se suele decir popularmente «por el libro«, fue la comunidad educativa, los colegios, los profesores y por supuesto, los chavales que aguantaron como titanes. Por no haber, no hubo ni piojos, saquen ustedes sus propias conclusiones. Y si se puede sacar algo bueno de esta situación, es sin duda, que nadie tuvo que ir a clase con unas décimas de fiebre y el clásico chute de Apiretal en el quicio de la puerta, erradicando de esta manera los famosos virus y las divertidas gastroenteritis.
Con el miedo de la variante Delta, la Junta anuncia que mantendrá las mismas medidas del curso pasado, sobre todo la famosa distancia de 1,5 metros que es la que asegura la reducción de las ratios y por tanto, el refuerzo de profesores.
Si quieren otro día hablamos del famoso borrador del currículo de la Ley Celaá, que aparta entre otras cosas, los números romanos, la regla de tres o los famosos dictados. ¡Sálvese quien pueda! ¡Estamos como para ver Ben Hur!
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