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Creo que quien escribe era la única niña de España que le suplicaba a su madre que le comprase un cuaderno de vacaciones. Estrenar uno de aquellos Santillana me proporcionaba una falsa sensación de control, la ilusión de que el tiempo estival avanzaría al ritmo ... que yo fuese marcando: quizá por eso jamás completé uno. Pero los veranos, con sumas llevando o sin ellas, se sucedieron sin que pudiera hacer nada para ralentizarlos: castillos de arena con túneles y fosos, toallas pegadas en la hierba del Club Fluvial, un par de mundiales de baloncesto, atardeceres sobre el acantilado de un campamento, noches blancas de San Juan en Riazor, conciertos de Iván Ferreiro en el Náutico, un Interrail, festivales sin teléfonos móviles, torneos de palas y manguerazos en el garaje.
Dice Miqui Otero que la nostalgia es ponerse camisetas que te encantaban y que ya no te caben. Las vacaciones de 2021 van a ser, sin remedio, nostálgicas, porque muchas de las cosas que volvían verano al verano este año permanecerán en los boxes de vacunación; pero el estallido de un tiempo de pausa -queramos nosotros o no, con las circunstancias humanas en contra o remando a favor- siempre vaticina un nuevo comienzo. Las vacaciones de verano son la promesa de algo por estrenar: escribir un nombre propio en la primera página de un cuaderno Rubio; rasgar el papel de un cono de vainilla; colocar otra vez el segundo CD de 'El canto del loco' en la minicadena, buscar la pista cinco, darle al play y cerrar los ojos, tumbado sobre la colcha de la cama de noventa que aún te aguarda en casa de tus padres. Nos vemos en septiembre, si todo sale según lo previsto, con un cuaderno a medias y alguna que otra historia que contar.
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