Voy a confesarles, amables lectores, que llevo dos semanas con COVID. Naturalmente no es lo mismo cogerlo de esta variante que con la anterior, que a un tipo del tonelaje, la complexión y la forma física olímpica que uno tiene, podría impedirle respirar hasta el ... ahogo. Escribirles a ustedes sobre la experiencia con el COVID me ahorra otro ahogo, que es opinar sobre el pacífico estado que disfruta en este momento el Partido Popular de León.
Dudé mucho al principio si los síntomas que yo tenía -porque en mi vida he sido de todo menos asintomático- se correspondían más con la mixomatosis o con la campilobacteriosis genital bovina, pero no, después de una treintena de test con dos rayitas, resultó covid. Dos años esquivándolo, asfixiado por unas mascarillas más impenetrables que los jerséis de punto de mi abuela -mascarillas sin marchamo pijo Luis Medina-; dos años viviendo entre corrientes en las aulas de la universidad, que era más fácil pillar una neumonía polar que el bicho; dos años con más distancia social que en el séquito de Luis XIV; tres dosis de vacuna que me produjeron más fiebre y malestar que una inspección de Hacienda y al final, lo pillo. Qué canelo.
No lo pude pillar asaltando fuentes como un vándalo por la champions de los vikingos, así que tuve que cogerlo en la ceremonia de graduación de mi hijo del bachillerato, actos que se preparan para que los padres echemos tres lágrimas pensando que no es posible que haya pasado así el tiempo, si ayer lo arrastré llorando al primer día de cole. Los padres progenitores, porque los padres con marcación de género, a diferencia de las madres, no lloramos porque nuestros polluelos se hagan mayores. Varios padres (y madres que el covid es inclusivo de género al infectar) contagiados por quitarnos la mascarilla para darle al kas y la empanada como irresponsables, que en estos pinchos parece que el personal gasta hambruna etíope.
Pues eso, que llamas por el asunto al centro de salud y a nadie le interesa ya si has sido contacto estrecho de Amber Heard o de Darth Vader, no te mandan confinarte y puedes salir dolosamente a contagiar al que quieras, por ejemplo, en un vino español de una fiesta de graduación en la que puede haber más concentración de virus al entrarle a la tortilla que en una discoteca de Wuhan hace un par de años. Llamas y te dicen que paracetamol, que al cuarto día sigues sin bajar la fiebre de 40 y que paracetamol, que empiezas a agobiarte porque no sabes si te cuesta respirar por la congestión, por el virus o por la proximidad del pago de la renta, y paracetamol, que toses como una banda de percusión y paracetamol. Que si no sería conveniente algo de medicación plus ultra con este respirar que tengo que parece que silva la sirena de la Minero, y paracetamol. Hasta los güitos de oír el disco rayado, aunque cada vez tosiera con más insistencia, hice lo que todo buen español decide llegados a este punto, que es automedicarse y pasar del paracetamol. No me extraña que todos gastemos una farmacopea casera propia de farmacia de hospital general. Por si. Por si te sube la fiebre, por si tienes catarro, por si resulta que es gripe y no catarro, por si no concilias el sueño, por si tienes estreñimiento y por si la pastilla del estreñimiento de provoca diarrea, por si te asalta el lumbago, por si la regla es dolorosa, por si van a darme todo genérico y a mi me va más lo de marca. Pues yo tenía un por si lo de la tos irritativa improductiva y oigan, mejor que el del teléfono y su paracetamol. Voy a postularme para atender los teléfonos covid del Sacyl y termino con las reservas de medicamentos de los hogares leoneses a punto de caducar.
Entre los síntomas del dichoso covid, he tenido fiebre como para no necesitar calefacción el próximo invierno, congestión como para darle al spray del antimosquitos cuando se me acabó el inhalador mentolado de la nariz, la cara de Miércoles Adams un día de resaca, tos como para tapar los truenos de las tormentas de estos días y un insomnio que he visto todas las series atrasadas de Movistar +, Netflix, HBO, Disney +, Prime Video y hasta un remake de las mejores escenas de los concilios ecuménicos desde Nicea al Vaticano II en Vatican TV. Pero eso no ha sido lo peor. Un drama estoy viviendo. He perdido el gusto, supuesto que no hubiera dado muestras de ello en mi vida política previa y me sabe el tocinillo de cielo como el puré de brócoli, que es lo más triste que le puede pasar a un ser humano después de que un hijo se haga ciervo. Cuando ni los donuts tienen sabor, el mundo está irremisiblemente condenado.
Y para animar mi estado, mi hijo haciendo la EBAU, que lo cuentan como si fuesen unas oposiciones a notaría y se lo dicen a los de la selectividad de entonces, aquella sin mandangas, ni elección de estándares, sin chuchadas de preguntas a escoger y sin ponderaciones que te suben la nota como a mi la fiebre. Estamos los padres leoneses de bachilleres recientes en un sinvivir esperando la nota de la dichosa EBAU, a ver si la criatura puede hacer la carrera que quiere y se nos llena la Facultad de Medicina de la ULE de gente que te receta cosa distinta que paracetamol. Ah no, esperen, que Medicina aquí no va a poder ser. Si es que sobran médicos, incluso si no te medican con el Covid.
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