Por si no mandaban ya bastante en los hogares y en los corazones de sus dueños, ahora las mascotas alcanzan más cotas de poder. Se acaba de aprobar una ley que reconoce como parte de la familia a los animales domésticos y también les otorga ... la categoría de «seres vivos dotados de sensibilidad».

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No seré yo quien discuta lo que se le puede llegar a querer a un perro... (más que a un pariente). Nunca he sido dueña absoluta de ninguno, pero sí la pareja del amo de un maravilloso y tierno labrador llamado Nohoch (grande, en lengua maya) que enseguida me adoptó como ama consorte y daba enloquecidos brincos de alegría cada vez que salía de mis labios (a veces, en un distraído susurro, para ponerle a prueba) la frase definitiva: 'A la calle, Nohoch'.

También tuve una gata a la que llamé Piera por la película de Marco Ferreri, pero con esa no llegué a entenderme nunca. Mi madre la llamaba 'La Piara', como el fuagrás. Y más que Piera era una fiera corrupia que me esperaba agazapada en el pasillo para atacarme cada vez que abría la puerta. Cierto es que eran los años ochenta y yo, una veinteañera que apenas paraba en casa. Al final una amiga se la llevó al caserío de sus tíos. Y a los pocos días a la pobre gata la atropelló un camión.

Tal vez hoy, con esta nueva ley, mi amiga y yo habríamos acabado en la cárcel... A las mascotas hay que quererlas, pero conviene no ponerse con ellas 'demasiado Disney' o acabaremos ante un tribunal por haber herido la sensibilidad de la extraviada tarántula peluda del vecino al intentar matarla de un pisotón. Es fácil adorar a un perrito que mueve la cola al verte y te da siempre la razón. Lo difícil es amar al prójimo que te lleva la contraria. Seguro que ese empresario que ha despedido a casi mil empleados por Zoom trata a su mascota con una sensibilidad exquisita.

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