Hace unos días tuve la oportunidad de dar un abrazo- si, lo confieso, pese a la pandemia, no me pude resistir- a un amigo muy querido con el que coincidí cuando era estudiante de la licenciatura de Derecho en la Universidad de Alcalá, en los ... inicios de la década de los años ochenta del siglo pasado- y con el que, pese a nuestras muy diferentes trayectorias, he mantenido el vínculo indeleble de la amistad verdadera.

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Da igual el tiempo que pase sin vernos, o que el contacto físico, por nuestras vidas ajetreadas, se limite muchas veces a llamadas o mensajes; de ahí, que el abrazo se hiciera tan urgente y necesario. Estamos simplemente; estamos de verdad, para todo y para siempre. Eso es lo que tienen las amistades del alma de las que, por fortuna, he conservado algunas a lo largo de mi vida.

Algunos me habéis preguntado estos días por Juan y Medio (que no, «Juan Imedio») porque, para los que lo desconocéis, lo de «y Medio» es un mote motivado por su cualidad de paisano desparramado de más de 1,90 que a mí, que pequeña precisamente no soy, me saca cabeza y media (valga la redundancia). De ahí, lo de Juan y Medio, que un único entero no cubre ni la mitad del tamaño ni, sobre todo, la mitad de la humanidad y del corazón que tiene (Corazón y Medio).

Porque Juan es parte de esa buena gente, de esa gente buena a la que alguna vez me he referido en esta columna de opinión que, estoy convencida, está en el mundo para hacernos la vida más fácil a los demás, y que se levanta cada mañana para alegrarnos la existencia. Y no por ese humor innato que le acompaña desde niño y del que, como la punta del iceberg, solo vemos en su faceta mediática, más conocida, una mínima parte; mas allá, su condición de buena gente se alimenta de su preocupación por el prójimo, empeñándose a diario en mejorar la vida de la gente, en hacerles disfrutar con lo que tiene y con lo que es, modelo que ya practicaba de estudiante, y que ha perpetuado en su quehacer televisivo convirtiéndole, a día de hoy, en uno de los presentadores más queridos de nuestros medios. De hecho, Carlos y yo compartimos con él el programa 3001 de «La tarde aquí y ahora» lo que supone, ahí es nada, que lleva más de doce años en antena (y sigue).

Recuerdo cómo más de una vez salimos de clase y, como verdadera horda, invadimos la finca que tenía en Barajas, cerca de Alcalá -en la que luego se construyó la famosa T-4- simplemente porque alguien no había visto de cerca nunca un caballo. Allí íbamos todos- siempre muchos porque todo el que se apuntaba era bienvenido- y Juan, sobre la marcha, preparaba una visita para que algún compañero pudiera disfrutar de estar cerca de un caballo y de la cantidad de perros que tenían en aquella finca; no contento con ello, de paso nos daban de merendar a todos.

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Jamás vi familia más acogedora y mejor anfitriona que la de Juan; recuerdo su casa, siempre llena de gente, porque cada uno de los hermanos- Juan es el mayor- llevaba amigos y conocidos a los que su madre, Angustias, salía al paso ofreciendo, con esa hospitalidad andaluza envidiable, comida, merienda cena o lo que se terciase.

De hecho, en una oportunidad, tomando como modelo mi casa- en la que, como en la de muchos, para invitar a algún amigo había que avisar con tiempo- le pregunté si no le molestaba tener la casa llena de gente. No he olvidado nunca lo que me contestó que, lo confieso, he aplicado a pie juntillas desde que tengo hijos: mejor que estén en mi casa que en la de otros, me gusta tenerles a todos aquí. Una casa en la que siempre te sentías bien acogido- lo sabemos muchos- y que rezumaba generosidad y cariño por todos sus rincones. Ese es mi recuerdo imborrable después de tantos años y que recupero cada vez que me fundo con Juan en un abrazo.

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Mi querido amigo siempre ha sentido auténtica devoción por su madre, y por su padre, que falleció hace unos pocos años, y por sus hermanos y hermanas (seis en total con él, que comparten un único sobrino que se llama como él); no he conocido nunca una persona mas familiar y entrañable ni que adore más a los suyos. Y entre los suyos los amigos, los trabajadores de su productora, más de un centenar solo en Sevilla, a los que cuidó durante la pandemia -y pese a la pandemia- en un ejercicio de responsabilidad y compromiso encomiable por el que le adoran- lo vi en primera persona hace unos días- y hasta cada persona mayor que pasa por su programa y que le sienten cariñoso y cercano, convirtiéndose en al amigo que a todos nos gustaría tener.

Asistiendo en directo asu programa, les confieso que me enterneció la felicidad que rezumaba por todos los poros el paisano que agarraba fuerte de la mano a su pareja, una señora que había llamado al programa tras conocer su historia y que ha acabado compartiendo con él su vida. Porque, como comentamos Juan y yo en un intermedio del directo, dos soledades encontradas hacen una nueva vida, y nuestros mayores se merecen aprovechar cualquier oportunidad que se nos ocurra para erradicar ese estar solos o sentirse solos que tanto daño les hace. Son los justos destinatarios de ese atisbo de felicidad que Juan les proporciona.

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Una generación, nuestros mayores, que Juan respeta y admira y cuyas historias- que no les equivoque su humor- trata con absoluto respeto y le emocionan absolutamente, al punto de que, como me confesó, le arrancan más de una lágrima. Porque, como dice Juan, menudas vidas… menudas experiencias han llegado a compartir… para quedarse embobado escuchándoles… Cosa que, por lo visto le ocurre a mucha mas gente de la que parece, porque también aquí, en León, en contra lo que yo pensaba, se ve el programa de Juan Y Medio y no poco (así mi querido Fulgencio me pilló «in fraganti»)

Juan ha entendido que es bueno estar ahí, es necesario hacerse presentes y tender una mano, y hasta las dos, cuando hace falta, paliando esa enfermedad endémica y terrible de muchos de nuestros mayores, esa enfermedad que se llama soledad y que él ha aprendido a mejorar con su programa. Y eso debe hacernos reflexionar.

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Aunque este modelo, que tan bien funciona en Andalucía o Castilla- la Mancha, por nuestro carácter, probablemente no resulte extrapolable a León, compartimos la misma necesidad de revertir la soledad de nuestros mayores y de atender a todas sus necesidades. Ajustemos a nuestras circunstancias este modelo, el de Juan o cualquier otro, porque se lo han ganado a pulso por el hecho de que gracias a ellos estamos nosotros aquí (y no es una frase hecha). Ellos están siempre. Nosotros, debemos estarlo.

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