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Imagino que la edad no garantiza que algunas personas maduren. Al contrario, los años acentúan ese perfil insufrible de inseguridades y complejos del que hacen gala algunos personajes -o mejor «personajillos»- que se empeñan en descargar sus frustraciones cada vez que les dan la oportunidad- ... a viva voz o con pluma viejuna, ruin, pretenciosa y pomposa- atribuyendo a los demás los defectos que ellos derraman por arrobas.
Se trata de sujetos contrahechos que, desde actitudes negativas, intentan compensar sus evidentes carencias y sus propios miedos criticando al resto, para así sentirse mejor con ellos mismos, misión del todo punto imposible, más cuando, en el fondo, lo que no pueden perdonar, en sus mentes retrógradas, es que haya mujeres que les dan mil vueltas… Qué pereza dan los muy cansinos. De verdad, agotan… ahora que, no es poco consuelo que suelan envenenarse con sus propias bilis… conozco más de un caso. El karma, que dicen mis hijos.
En fin, esta reflexión viene a cuento de algo que quería trasladarles y que les recomiendo, que es utilizar el hecho de ir cumpliendo años para, como hago yo, discriminar las personas de las que nos rodeamos. Desde la inteligencia, debemos construir barreras invisibles respecto a aquellos sujetos ponzoñosos que no nos aportan nada positivo, cuya actitud, protestando, descalificando, criticando, hablando mal de todo y de todos, culpando a los demás de sus desgracias- que, por cierto, generan ellos solitos- vendiendo «favores» que no se les piden, sintiéndose mejores y más listos -porque en general dan lecciones de todo- actitud aviesa, como decía, que no solo resulta muy molesta sino que consigue acabar con la energía y la alegría de todos los que les rodean.
No se si, como yo, han experimentado alguna vez, después de hablar con alguien o de tomar un café con alguna persona cercana -un colega, un compañero de trabajo, un amigo (o eso se supone), o un conocido- una sensación de estrés, de ahogo, de frustración, de absoluta asfixia… como si esa persona, con su negatividad, les hubiera absorbido lo bueno que hay en cada uno de nosotros... La educación y la paciencia y hasta, a veces, la amistad mal entendida y la bonhomía nos convierten en presas facilonas con las que desahogan sus frustraciones, pesimismo, y malas vibraciones…y abusan de narices. Qué alivio cuando pierdes de vista a estos modelos tóxicos- que dirían los psicólogos- y que, por desgracia, abundan como las setas en otoño.
Pues bien, a mí, como les decía, con los años, se me ha desarrollado una especie de antena, un detector interior que me hace huir literalmente, y cada día más, de gente así. No los quiero cerca (lejos es irremediable).
He aprendido a identificar el tufillo que desprenden este tipo de personas dañinas, advirtiendo sus artimañas que he conseguido desactivar con numerosas estrategias de las que les recomiendo encarecidamente utilizar el humor en cualquiera de sus versiones (especialmente, a carcajada limpia… como cuando me viene a la mente el caso de aquél que presumía de perfumarse todos los días en la sección de caballeros del Corte inglés, camino del trabajo… que ya hay que ser cutre…).
Y todo ello sin perder de vista que este tipo de gente sólo intoxican a quienes se dejan. Así que, no hay que dejarse, no hay que entrar en su juego. No es mala estrategia sacarlas de nuestro entorno inmediato y aclararles, de la forma que sea, que les hemos visto el plumero.
Dicho esto, porque no vaya a darles una impresión equivocada, en lo que a mí respecta, nunca podré agradecer lo bastante sentirme rodeada de tanta gente que me alegra la vida todos los días con una palabra de cariño- gracias a tantos por acordaros de mi santo que rememora a esa gran mujer, Santa Teresa, a la que admiro profundamente-, con un abrazo, con una confidencia, con una conversación plagada de amistad mediando un café y, a veces sin él, por nuestras vidas ajetreadas- con una risa bien echada, con una reflexión de la que aprender, con una actitud que te haga sentir orgulloso de quien la practica, en definitiva, disfrutando de lo mucho bueno que nos rodea….
La vida está plagada de gente buena y de cosas buenas…. Solo hay que fijarse un poco. Están a la vista de todos, o al menos de todos los que nos empeñarnos en verlas y así, viéndolas y valorándolas, lo tóxico y los tóxicos se vuelven anecdóticos.
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