Después de «Nena, te veo más repuesta», la frase que más miedo me da es la que me suelta mi santo los sábados al terminar de comer: «Busca una película que nos guste a los tres». Así, sin anestesia. Sin café de sobremesa. Sin preliminares. ... A lo vivo. Y ahí que voy, santa súbita y dispuesta al calvario mando en mano, ascendiendo por el Gólgota de las plataformas digitales al animado ritmo de «esta no, que ya la he visto», «subtitulada ni se te ocurra», «en blanco y negro paso» y «nada de dramas, que bastantes tengo ya de lunes a viernes». El patriarcado opresor cinematográfico de mi casa, que pone más pegas que los dos Carlos, Boyero y Pumares, juntos.

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Tras una hora de búsqueda, encuentro la película de consenso. Y la pongo. Y me sirvo el café. Y la vemos. Y termina. Y me miran el padre y el hijo y me dicen: vaya una mierda. Ante todo, exquisitez en la crítica. Como en el Congreso. Pero, al menos, nosotros intentamos llegar a un acuerdo. Y no sé si será por la arenga de la Esteban, que no dejó diputado con escaño, o porque ahora les interesa (será por lo segundo, claro, que vienen elecciones), el politiquerío parece que también se ha puesto a negociar. En cualquier caso, se agradecen tanto el rebaje de la bronca como las palabras de Salvador Illa, otro santo súbito, que cerró la última Comisión de Sanidad destacando los aspectos positivos de cada uno de sus rivales. Qué buen talante, ministro; sólo usted sería capaz de sacarle algo bueno a la película del sábado pasado. Porque el patriarcado opresor llevaba razón: era una mierda. Veremos a ver lo que pasa esta tarde. Como se me pongan tontos, les coloco la de Antena 3. «Casada con un asesino», se llama. Bueno, tampoco es para tanto.

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