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Me voy a comprar una tabla de surf

Ahora los payasos de la tele -entre otros muchos- son los imbéciles a los que se les permite venir de otros países sin controles sanitarios

Miércoles, 24 de marzo 2021, 12:14

Siempre me ha parecido un deporte muy difícil. Eso de surfear olas gigantescas es muy espectacular para ver y tengo para mí que demasiado complicado de realizar para el común de los mortales. Pero visto la cantidad de olas que hemos pasado y que ... parece que pueden seguir viniendo en esta pandemia es posible que no nos quede otro remedio que tener que comprar una tabla de surf y tratar de pasar cada ola de la mejor manera posible. Lo sorprendente de este caso es que en el mar las olas son -hasta la fecha- inevitables, pero en la pandemia que nos asola sí son evitables. Sigue sin haber acabado la tercera ola y ya nos están previniendo de la cuarta; y estas olas, por momentos auténticos tsunamis, no se producen por el efecto de la luna o de cambios meteorológicos sino por el efecto de la estupidez o del egoísmo, en muchos casos.

La diferencia entre el pico y el valle de cada ola ha estado fundamentalmente en la mayor o menor movilidad y en las restricciones de actividades sociales con muchas personas, en las que se producen numerosos y estrechos contactos. Nunca ha habido algo aparentemente tan sencillo y fehacientemente tan difícil que poder poner remedio a esas situaciones.

Ahora parece que se hace imprescindible y absolutamente necesario, en cuanto nos levantan un poco la mano, el desplazarse, viajar, alternar con propios y extraños, agruparse amigos o familiares, y un largo etcétera, que son los detonantes de esas olas, mortales para muchas personas.

Recuerdo que hace pocas fechas, con la tormenta Filomena algún comentarista televisivo explicaba que la situación en Madrid era crítica y dramática, porque en algunas calles no se podía circular y en algunas zonas se había congelado el agua y no había suministro. Es difícil establecer comparaciones con tiempos pasados, pero recuerdo sin mucho esfuerzo cuando en mi barrio todos los veranos nos quedábamos sin agua varios días, lo que se repetía con una cierta frecuencia. Y lo mismo podía pasar con la luz. De hecho, creo que en todos los hogares había velas, cerillas y cubos o garrafones para poder ir por agua, como elementos fundamentales de un hogar. Cuando carecíamos de alguno de estos servicios la situación no era crítica, ni dramática, ni salíamos dando voces y exigiendo todo tipo de responsabilidades. Asumíamos que era algo que podía pasar y pasaba, y que ya se solucionaría.

Es decir: resiliencia. Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. Precisamente, hace poco la Universidad de León puso en marcha una campaña con este concepto, algo muy acertado y oportuno.

Pero en el presente no parece que eso esté en la agenda de muchas personas. Parece que ahora a muchos se les viene el mundo encima cuando no pueden viajar por placer, ir a la playa, a su segunda residencia (cuántos hay que no tienen ni la primera), ir a comer con los amigos, a alternar o hacer una comida con toda la familia (cuando muchos antes ni se llamaban por teléfono). Ahora no pueden esperar unas semanas o unos meses. Hace no tanto tiempo muchos esperábamos años para ir algunos días de vacaciones. No sabíamos lo que era una piscina. Lo de ir a comer a un restaurante era algo exótico. Que los tiempos pasados no se pueden comparar con el presente descontextualizando cada época es obvio. Lo que quiero decir es que cuando no se hacían muchas actividades lúdicas en el pasado, que ahora nos parecen normales, y a algunos necesarias, no pasaba nada, no crecimos mucho más tontos de lo que ahora un tonto puede crecer. Ni nuestros padres eran más infelices que ahora por «hacer menos cosas» o «viajar menos», posiblemente al contrario. Disfrutaban de una charla a la puerta de casa cuando la temperatura de la noche lo permitía porque el confinamiento perimetral se lo imponían ellos mismos y no necesitaban hacerse ninguna PCR.

Termino con una última comparación. Antes los payasos de la tele eran Gabi, Fofó, Miliki y Milikito. Qué gozada. Ahora los payasos de la tele -entre otros muchos- son los imbéciles a los que se les permite venir de otros países sin controles sanitarios adecuados y se emborrachan, nos enseñan el culo y nos dan voces con la mascarilla quitada, mientras los demás miramos precios de la tabla de surf para la siguiente ola.

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