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A la última ·
Un día, agitando el dial para ver qué encontraba por ahí, salió de pronto un hombre cuya voz parecía brotar de una cueva humeante, instalada en algún confín recóndito más allá del ruido y de la civilizaciónSecciones
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Un día, agitando el dial para ver qué encontraba por ahí, salió de pronto un hombre cuya voz parecía brotar de una cueva humeante, instalada en algún confín recóndito más allá del ruido y de la civilizaciónAl Loco de la Colina lo descubrí siendo muy joven, estudiante aún de la EGB o del Bachillerato. Dormíamos mi hermano y yo en una habitación no demasiado grande, con nuestras camas abatibles separadas por un armarito en el que yo dejaba libros apilados, cuadernos ... abiertos, bolígrafos, aparatos de radio, y él nada. Eran aquellos los privilegios de ser el mayor y de aguantar despierto mucho rato, hasta bien entrada la madrugada. A las diez y media o las once de la noche, cuando mi hermano caía dormido, yo encendía la luz del flexo, cogía un libro o un cómic de Astérix, me colocaba la radio en la oreja, bajaba un poco el volumen y buscaba emisoras. Desde entonces, vaya usted a saber por qué, el chaval me guarda un cierto rencor.
Un día, agitando el dial para ver qué encontraba por ahí, salió de pronto un hombre cuya voz parecía brotar de una cueva humeante, instalada en algún confín recóndito más allá del ruido y de la civilización, lejos incluso de los afanes cotidianos y de los titulares de la jornada. Ese tipo estaba entrevistando –lo recuerdo aún– a un niño. No hablaban de nada y hablaban de todo, la conversación fluía sin prisas, de una manera extrañamente natural y libre. Había risas, carraspeos y unos silencios magnéticos que atraían con la fuerza inapelable de los agujeros negros. Más tarde sonó una musiquilla enigmática, envolvente, casi nebulosa, y aquel locutor, que se llamaba a sí mismo loco, empezó a declamar unas palabras que parecían cinceladas en aire.
A partir de entonces, muchas noches, cuando mi hermano dormía y no había exámenes a la vista –e incluso cuando los había–, mi habitación se convertía en una colina.
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