Un país con hambre es insostenible. La falta de libertad puede aguantarse. Pero hambre y represión es una combinación intolerable. En 'Cómo alimentar a un dictador' (Oberon), Witold Szablowski recuerda a Nitza Villapol, que no alimentaba a Castro pero enseñaba a los cubanos como ... cocinar. Su programa de televisión 'Cocina al minuto' estuvo en la televisión de 1948 a 1993. Cuando empezó no tenía ni idea de cocina, pretendía hacer un programa sobre el hogar. Pero cocinó en la tele de Cuba antes que Julia Child en la americana. Tenía al lado a su auxiliar Margot Bacallao (sí, la he nombrado por el apellido). Se ajustó a la revolución, sabía lo que estaba asumiendo. Ayudaba a superar tiempos difíciles. Hacía flanes con un solo huevo.

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Igual que Mary Frances Kennedy Fischer en tiempos de guerra, que escribía para una clase media que tenía hambre, practicaba la gastronomía de la escasez. Si MFK Fischer enseñaba 'Cómo cocinar un lobo' (una cosa metafórica), Villapol sustituía la carne por fruta y hacía bistecs de toronja. O ropa vieja con cáscaras de plátano. Cada vez con menos convencimiento. Las recetas no tenían que ver con la tradición cubana sino con la situación económica y el contexto político. Cuando en 1991 cayó la URSS y llegó el «periodo especial» (bonita manera de llamar a no tener nada), la cosa fue insostenible y el programa desapareció en 1993. Los últimos años la gente miraba con curiosidad el programa, no porque esperaran que les enseñara algo nuevo sino por ver qué demonios inventaba. ¿Piedras al ajillo?

No sé en qué acabarán las protestas de Cuba. ¿Cuánto tiempo más podría Nitza continuar inventando recetas de papas? ¿Cuánto tiempo podrá el régimen inventar un país?

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