Estoy en una etapa de mi vida de esas tan raras que terminas haciendo cosas que jamás pensaste qué harías. Un período en el que he llegado a votar a favor de Zapatero para que reciba un honoris causa de la Universidad de León. Da ... igual que el voto favorable haya sido mucho más para evitar que el equipo rectoral quedara en una posición desairada que en favor de los méritos, supuesto que fuesen suficientes, del nuevo honoris causa. Cuando después de toda mi vida política uno termina votando a Zapatero para algo, salvo que sea para embajador plenipotenciario de Bolívar ante los tribunales argentinos de justicia que ponen a los Kirchner en su sitio, es que el mundo está próximo a su fin.
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Sin embargo, y después de criticar a Zapatero durante muchos años por las cosas que dijo que iba a hacer y no hizo -verdadero criterio de adecuación de un gobernante a la rendición de cuentas- quiero no olvidar algo que en buena medida le redime, como es la instalación del Incibe en León. Sobre todo por el contraste que representa con la decisión del actual gobierno sanchista de llevar la Agencia Espacial a la ciudad que más sufre el azote de la despoblación en España, que no está en tierra leonesa, ni zamorana, ni turolense, ni soriana, sino en la mismísima Sevilla capital. Después de ese ridículo estratosférico de algunos dirigentes socialistas por querer imputarle el desaguisado a la Junta y de los llamamientos justísimos y mesurados del Gobierno a que no se enfrenten territorios, me parece que todavía tiene más relevancia lo del Incibe en León, que aunque seguramente podría estar mejor aprovechado, no deja de ser una referencia que pone a León en el mapa nacional e internacional de la ciberseguridad.
Y de eso vamos muy necesitados. No se lo digo solamente porque me toque impartir algunas clases de eso en la Universidad, sino como sufridor del segundo hackeo de mi vida. En el primero me volaron casi 9.000 € en compras de teléfonos móviles, ropa y billetes de avión, dinero que me fue inmediatamente repuesto por el banco correspondiente bajo petición de no ahondar mucho en el asunto por las cuestiones de la reputación de las transacciones que en teoría tienen varios pasos de seguridad. En este he recibido correos de mi propia cuenta requiriendo dinero en criptomonedas por no difundir imágenes sexuales mías -lamento que esta mención haga que varios de ustedes puedan probablemente no conciliar el sueño en varios días- y por recuperar unos archivos que, en realidad, no habían desaparecido. Malware y ransomware bastante cutre en principio, pero que te mete el susto en el cuerpo y en el portátil.
Naturalmente he ido de forma inmediata a denunciarlo y me he encontrado que la policía cuenta cada vez con más efectivos en nuestra provincia dedicados a la persecución de los delitos telemáticos, evidencia de su crecimiento. Mi temor es que hubiera una brecha de confidencialidad de una investigación que estamos haciendo sobre la relajación del umbral de tolerancia a los ataques e insultos en el ciberespacio, es decir, por qué la gente consiente que le hagan en las redes sociales, en el whatsapp o en el correo cosas que consideraría intolerables en el mundo presencial. Y en particular, por qué se han multiplicado las conductas violentas contra mujeres jóvenes que pueden tener origen en una visión muy distorsionada de las relaciones de pareja y de la sexualidad. Claro que si les digo que la media del primer acceso de los adolescentes españoles a la pornografía en sus teléfonos móviles ha bajado de los 12 años, pueden ustedes hacerse una idea de por qué esto es altamente preocupante, más allá del aspecto puramente moral, pues sin la suficiente madurez puede considerarse que los comportamientos que la pornografía considera normales, muchos de ellos no exentos de dominación y de una cierta imposición, pudieran constituir una forma normal de relación. Vamos, que se ha pasado de la fábula del butanero irresistible en el sexo, que era claramente un mito, a una aceptación peligrosamente extendida sobre el sometimiento de la voluntad del otro o la otra a los deseos propios, confundiendo ficción porno con realidad. Luego esto hay que conciliarlo con lo del solo sí es sí, y la gente más joven se hace composiciones de lugar altamente erróneas y reprensibles. Pero como esto sonará a moralina de los curas de antes, que viva la sociedad hiperconectada permanentemente con un teléfono desde el que se accede a cualquier cosa, buena o mala.
El caso es que, al hacer la denuncia, me han dicho en la policía que esto de amenazar, chantajear y pedir pasta es muy frecuente, lo que no sé si me tranquiliza o me espeluzna. He de confesarles que por unos minutos la posibilidad de que llegaran a todos mis contactos imágenes mías haciendo las más increíbles cabriolas sexuales me acongojó un poco. No porque dedique una parte de mi ocio a las grabaciones para adultos -qué eufemismo tan idiota-, porque el paisano no da para tanta pirueta amatoria, sino porque recordé que hace tres años, un alumno del máster en ciberseguridad me trajo un vídeo simpático en el que había tomado una grabación mía en la tribuna del congreso, las había puesto en la asamblea general de la ONU y al final me aplaudían Donald Trump y Maduro a la vez; y nada de chapuzas en las imágenes, que yo estaba allí sin asomo de trucaje. Cuando conté eso y que me podría del mismo modo ver colocado en medio de una orgía, o lo que sería peor para mi reputación aun, en medio de una ejecutiva del PSOE, el policía demostró andar corto de sentido del humor.
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El caso es que salí de hacer la denuncia, entregué todos mis dispositivos, y llevo ya dos semanas esperando que me los devuelvan, debidamente expurgados de troyanos, virus y maleza diversa, la pista del hacking se pierde en Nigeria nada menos, recordé lo que ayuda el Incibe a evitar la propagación de estos casos y estaría dispuesto a votar a Zapatero otra vez.
PD: si reciben ustedes vídeos sexuales míos, tengan en cuenta que no serán verdaderos si al final no me aplauden también Maduro y Trump.
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