Casa con parcela
Abriendo el compás ·
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Abriendo el compás ·
Sin bar, no hay noticias y no hay vida, y sin vida no hay pueblo, y si no hay pueblo qué más darán las limitaciones geográficas y los horarios de cierreLa pandemia me ha provocado muchas dudas. La principal, es mirar con cierta envidia a aquellos que vivieron el confinamiento desde el porche de su idílica casa del pueblo, tomándose un vinito al sol, mientras la mayoría de los urbanitas nos agobiábamos en apenas 80 ... metros cuadrados.
Siempre he vivido en el centro, y siempre he sacrificado el espacio por estar en el meollo. No valgo para quedarme emboscado. Necesito salir a la calle aunque sea a comprar una barra de pan y poder ver personas, algo así como mi abuela Inés, que aun siendo jubilada, prefiere ir a la peluquería los sábados, porque según dice, hay más ambiente que un martes por la tarde.
A diferencia de mi mujer, que es todo lo contrario, disfruto en la playa de Gijón los domingos, y pongo la sombrilla donde más gente hay.
Cuando era pequeño y llegaban los viernes, la mayoría de mis compañeros se iban con sus padres al pueblo, los había que tenían hasta dos, mientras que los de la ciudad nos quedábamos en casa viendo la tele.
Mis abuelos paternos eran oriundos de dos pueblos de la alta montaña leonesa, donde nace el río Curueño, y donde Jesús Fernández Santos magistralmente plasmó la vida de sus gentes en su novela 'Los Bravos'.
Pero como me decían en el colegio, pueblo muy bonito, estampa de postal con rebecos salvajes e incluso nutrias, pero allí no tenéis casa. ¡Cierto! Las visitas se reducían a un día de agosto, que me jodía bastante ya que mi padre iba de puerta en puerta saludando a parientes y conocidos, obligándome a dar dos besos a unas personas que no conocía.
Pues bien, la pandemia, me ha hecho cambiar de idea, hasta el punto de plantearme seriamente irme a vivir a un pueblo. Cuentan los agentes inmobiliarios que no paran de venderse casas en los pueblos, pareadas, adosadas, a restaurar… el comprador no hace distinción de pueblo, ni de comarca, únicamente solicita una pequeña parcela donde esparcirse.
Mi mujer, Sofía, sumaría dos condiciones más, centro de salud y, por supuesto, farmacia.
Y yo, únicamente añadiría una más (dando por supuesto que en lo del internet aún estamos verdes), que el pueblo tenga bar. Porque aquí somos muy de bares, y estos benditos locales que tanto bien han hecho, no pueden estar tan castigados y ninguneados, ni someterles a la presión de un examen semanal en función del número de contagios o de la presión en los hospitales, simplemente porque es injusto y supone una incertidumbre que es difícil de asumir.
Dicen los politólogos autorizados que Ayuso ganó las elecciones por cómo capeó la pandemia y por su aperturismo y mantenimiento de la actividad comercial, y quizá por la necesidad humana que tenemos de socializar. Seguramente se la jugó a algo que nadie sabía bien cómo iba a salir, pero le salió bien y el resultado está bien claro.
Nuestro vicepresidente y su consejera de Empleo visitaron esta semana la Maragatería, concretamente Santa Coloma de Somoza, y allí, mirando al Teleno, apostaron por una estrategia de crecimiento de la comunidad que no sólo fije población sino que se repueble con políticas que favorezcan la inmigración. Allí donde la Casa de las Maestras albergará el primer archivo gráfico de la Era Pop.
De siempre, lo fundamental para que un pueblo tenga vida y atractivo es que el bar siempre esté abierto, pase lo que pase. El cierre de un bar en un pueblo es el km 0 de la despoblación, el origen de la llamada España vacía. Sin bar, no hay noticias y no hay vida, y sin vida no hay pueblo, y si no hay pueblo qué más darán las limitaciones geográficas y los horarios de cierre.
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