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Últimamente todo está muy caro. Desde luego, está muy caro el kilowatio por hora, con esto de la pandemia, cumplir años se está convirtiendo en un auténtico lujo, y están más caros que nunca, si es que eso es posible, los alimentos navideños tradicionales; pero ... no sólo para los pobres y los anónimos se está poniendo la cosa cuesta arriba. Corinna Larsen, desde que ha empezado a tirar de la manta que tapaba los tejemanejes de su examante, sabe que cada minuto en el que la responsabilidad siga recayendo sobre ella puede costarle mucho más que dinero. El precio del viaje espacial del multimillonario japonés Yusaku Maezawa se mantiene en secreto, aunque otros civiles que dieron el paso antes que él tuvieron que desembolsar, antes del despegue, varios millones de dólares. Y si he agradecido cada una de las columnas en las que me han acompañado durante estos años es porque soy consciente de que cada gramo de su atención vale su peso en oro: esto lo sé yo y también lo saben los grandes magnates del multiverso digital.
En otro orden de cosas, y después de tres meses activo, el volcán de Cumbre Vieja -a la fuerza ahorcan- nos ha colocado frente al verdadero valor, que no precio, del derecho al hogar. Hamilton también ha pagado muy cara la última vuelta de la carrera de Abu Dabi, y Verstappen, a sus veinticuatro primaveras y a fuerza de pujar, ha descubierto el precio justo de un mundial de Fórmula 1. El sector del libro respira al saber que la escasez en una materia prima tan común como el papel no hará peligrar su campaña de Navidad. Y si quieren saber lo cara que está la libertad de prensa, pregúntenle al recién extraditado Julian Assange los cientos de meses que ha pasado escondido.
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