'Las Cabezadas' o cuando el santo arzobispo se puso cazurro

Lucas de Tuy, en su Chronicon Mundi (escrito en torno a 1238), hace, como es habitual en él, de cronista de este episodio, que se volverá a celebrar, un año más, el próximo domingo, 30 de abril, aquí, en la capital del Viejo Reino.

Carlos Javier Taranilla

Martes, 25 de abril 2023, 15:25

Lucas de Tuy, en su Chronicon Mundi (escrito en torno a 1238), hace, como es habitual en él, de cronista de este episodio, que se volverá a celebrar, un año más, el próximo domingo, 30 de abril, aquí, en la capital del Viejo Reino.

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Relata el Tudense que en el año 1158, reinando Fernando II, una pertinaz sequía asolaba el reino leonés. Así, que los cazurros echaron mano del mejor recurso que tenían: los restos del santo arzobispo hispalense, doctor de las Españas, Isidoro, que hacía ya casi un siglo por entonces que habitaban entre nosotros; desde el 21 de diciembre de 1063, fecha en la que llegaron a esta su nueva casa desde la taifa de Sevilla, en la que reinaba el moro Al Mutamid y donde se hallaban sepultados.

La comitiva salió en procesión del templo, con los pies descalzos, cantando himnos y alabanzas y portando solemnemente las queridas reliquias, confiada en que por intercesión de su titular, iban a ser generosas las aguas del cielo con esta tierra. A unas dos millas de la ciudad, llegando a la localidad de Trobajo del Camino, los presbíteros que llevaban sobre sus hombros la sagrada urna hubieron de dejarla en el suelo, porque se volvió tan pesada que no podían con ella, ni tampoco los más fornidos del lugar, que a porfía lo intentaron.

Al poco, comenzó a llover repentina y copiosamente «sobre los campos de León y su alfoz», relata el cronista. Y todos dieron gracias a Dios y a san Isidoro, que acababa de hacer tan gran merced a las gentes leonesas.

Sin embargo, a la hora del regreso, de nuevo la urna continuaba teniendo tanto peso que era imposible moverla, ni siquiera levantarla del suelo. Isidoro se había puesto cazurro, como buen hijo adoptivo de su nueva patria chica, y de allí, por más que lo volvieron a intentar, no lo desplazaba nadie.

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Enterada la infanta-reina doña Sancha Raimúndez, hermana de Alfonso VII y tía, por tanto, del rey Fernando, se trasladó inmediatamente hasta el lugar de los hechos y, después de ayunar y rezar durante tres días, en junta de vecinos se hizo la solemne promesa al santo arzobispo de que, si se dejaba regresar, nunca más se volverían a sacar sus restos de la iglesia que los custodia. Además, se comprometían a hacerle una ofrenda todos los años.

Siguieron grandes temblores de tierra y, al momento, aparecieron tres jóvenes que, sin ninguna dificultad, levantaron el arca del suelo, la tomaron sobre sus hombros y la retornaron al templo, su hogar.

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Desde entonces, en cumplimiento de aquella promesa, el concejo de la ciudad acude todos los años a la Real Colegiata Basílica de San Isidoro para presentar su ofrenda al santo. En 1972 se acordó fijar el acto el último domingo de abril, la fecha más cercana a la festividad de san Isidoro, antiguo patrono de León según una referencia de 1605, y hoy de la Universidad leonesa, que se conmemora el día 26.

Encabezan la comitiva dos farautes entonando a clarín y tambor el himno de la ciudad. Les sigue el Pendón Real de León, enarbolado por el concejal o concejala de menor edad. A continuación, desfilan los cuatro maceros precediendo al corregimiento. Cierran el cortejo cinco policías municipales en traje de gala.

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Tras detenerse en la iglesia de San Marcelo, patrono de León, para entregar dos hachas de cera a su párroco, que en traje de ceremonia los recibe en la portada meridional, se dirigen por la calle Ancha a la del Cid y, a través de esta, llegan hasta la colegiata portando un cirio de una arroba y dos hachas de cera, a fin de cumplir la ofrenda prometida.

En el gran atrio, la corporación se detiene alineada frente al templo hasta que, al cabo de unos minutos, hace su salida el cabildo en traje coral, acompañado por las damas y caballeros de la Muy Ilustre Real e Imperial Cofradía del Milagroso Pendón de Baeza, que lucen sus blancas capas. De las filas del ayuntamiento se adelantan el concejal de mayor edad, el secretario municipal y el jefe de la Policía Municipal para, tras saludar a los miembros del cabildo, ir al encuentro del abad, con quien retornan hasta donde espera el alcalde para saludar a los miembros de la corporación municipal. Acto seguido, alcalde y abad, cogidos del brazo, se dirigen a saludar a las autoridades militares y civiles presentes y, a continuación, ya juntos, concejo municipal y cabildo isidoriano entran al claustro seguidos de toda de la comitiva.

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Acto seguido, tras disponerse en un ala la corporación con sus maceros y guardia de gala, situarse enfrente el cabildo con los miembros de la Real Cofradía de San Isidoro, y en otra ala las autoridades, se inicia la batalla dialéctica entre las dos partes. En primer término, el síndico municipal manifiesta que el ayuntamiento ha venido de manera voluntaria para entregar su ofrenda al santo en cumplimiento de la tradición, pero sin que exista ninguna obligación al respecto; por tanto, se trata de una oferta, no de un foro obligatorio. A eso responde el representante del cabildo que reciben los presentes en concepto de foro obligado, en virtud de la promesa hecha siglos atrás por el milagro acaecido.

Se suceden hasta tres turnos de palabra por cada parte y, como todos los años, tras los ingeniosos argumentos, que el pueblo aplaude, y pedir a sus respectivos secretarios que levanten acta, uno como oferta y otro como foro, permanece cada cual «en sus trece», por lo que el acto finaliza amistosamente pero sin acuerdo... hasta el año próximo.

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A continuación, se celebra la misa y, al final de la misma, cabildo y corporación rezan ante el arca de plata que en el altar mayor contiene las reliquias del santo, elaborada en 1847 por el platero leonés Rebollo imitando los sepulcros reales del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Luego, salen al exterior para formalizar la ceremonia de despedida, en prueba de la cordialidad reinante.

Sobre el pavimento de la plaza figuran tres rayas blancas, trazadas previamente. En cada una, la corporación municipal se detiene para girarse hacia el templo a fin de despedirse del cabildo, que está a la puerta. Cuando llegan a la primera, el alcalde golpea dos veces en el suelo con su bastón de mando y, en ese instante, los miembros del concejo se giran hacia la colegiata y efectúan una exagerada reverencia, a la que el cabildo responde con otra semejante. La ceremonia se realiza en cada una de las tres marcas y, debido a las reiteradas venias un tan pronunciadas de las dos partes, se conoce con el nombre de «las Cabezadas».

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Sea como fuere, foro u oferta, y a pesar de no haberse podido despejar el misterio del insoportable peso de la urna del santo ni el milagro de la repentina y abundante lluvia que caía de una única nube, lo cierto es que los canónigos no han osado volver a sacar las reliquias de san Isidoro del interior de la santa basílica que las guarda.

Extractado de mi libro «Enigmas y misterios de León» (Almuzara, 2018)

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