Cuando parecía que tendríamos dos años sin convocatorias electorales, con tiempo por delante para centrarnos en la vacunación y en la salida de la crisis económica, hemos asistido a una concatenación de acontecimientos políticos completamente imprevistos. Todo comenzó con una merecida moción de censura ... al gobierno murciano, cuya gestión corrupta alcanzó cotas inaceptables cuando se conoció el desvío de más de 600 vacunas para enchufados. Ahora bien, durante estos días se ha podido ver y escuchar la máxima confusión interesada sobre las mociones de censura. Es obligado recordar que está constitucionalmente configurada para exigir la «responsabilidad política del Gobierno» y por lo tanto deben existir unas causas en la gestión gubernamental que la motiven. Nuestra norma máxima (artículo 113) recoge una versión constructiva de la moción para evitar la inestabilidad artificial de los gobiernos y por eso debe conllevar la propuesta de presidente alternativo. Si triunfa la moción el propuesto es proclamado presidente. No se deben confundir las causas (gestión gubernamental) con los efectos: sustitución o no del presidente tras la votación pertinente. La moción de censura no se justifica por los votos que se vayan a obtener sino por la gestión del gobierno censurado. Fue un éxito político la de Felipe González contra Adolfo Suárez a pesar de saber que no obtendría los votos suficientes. Y también fue un éxito la de Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy ya solo por presentarla sin saber el resultado (el PNV no decidió su voto hasta el último minuto) porque se proclamaba una alternativa al gobierno de un partido condenado por corrupción.
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Tras la moción de Murcia, se sumaron la convocatoria de elecciones anticipadas en Madrid y otra moción de censura en Castilla y León que no tenía nada que ver con lo anterior porque se venía gestando y comentando públicamente desde hacía semanas. PSOE y Ciudadanos pactaron la de Murcia, ante la que el PP se lanzó a la compra de tránsfugas por un precio económico y político aún desconocido en todos sus extremos. La compra de los antiguos diputados de Ciudadanos es absolutamente inmoral y degradante como el propio PP tiene reconocido y firmado (desde 1998) en el pacto antitransfuguismo renovado en 2020. La corrupción murciana previa a la moción de censura se ha incrementado hasta extremos desconocidos incluso en la vecina Valencia de Zaplana, Camps y Cotino. Casado y García Egea han mantenido el gobierno murciano - y sus puestos - con un coste para la credibilidad del PP que se verá a medio plazo. A partir de ahora la corrupción murciana también será responsabilidad personal de Pablo Casado.
Por otro lado, Ayuso encontró en la moción de Murcia el pretexto largamente esperado para convocar elecciones en Madrid y fagocitar los votos del partido de Arrimadas, sumido en una crisis profunda. Resulta evidente que las tenían previstas: durante el último año Ayuso ha estado en permanente campaña electoral, utilizando la pandemia como arma de confrontación con el Gobierno y para construir una especie de liderazgo de derecha dura, solapada a Vox. Ahora se ve retrospectivamente que la intención era precipitar una convocatoria electoral cuanto antes - que habrá de repetirse en año y medio, cuando toca - y así lo han hecho.
En tercer lugar, el PP ha lanzado una campaña para desguazar a Ciudadanos. A tal fin responde la compra de cargos públicos a través del antiguo secretario de organización de ese partido, el facineroso Fran Hervías, alojado físicamente en Génova, tras quien se ve la mano de Albert Rivera. Parecen decididos a imitar a Rosa Díez pilotando el naufragio de UPD convencida de que «lo maté porque era mío». Durante años la prensa de derechas ha estado cociendo a Ciudadanos como a una rana. Lo anestesiaban con elogios mientras aseguraban sus votos de manera incondicional para el PP en la formación de gobiernos autonómicos y municipales o aparecía en la penosa foto de Colón. Ahora bien, en cuanto Inés Arrimadas ha querido dirigir un partido de centro con independencia estratégica del PP, esos mismos medios se han aplicado a la demolición y a la descalificación absoluta. Está por ver si Ciudadanos sobrevive a las puñaladas de sus antiguos socios, admiradores y apologetas, pero les habrá quedado claro que con esos amigos no necesitaban enemigos. El PP y sus mariachis mediáticos pretenden «reunificar el centro derecha» comenzando por el asesinato del centro. En realidad Ayuso fue presidenta porque quiso Ciudadanos, que ha visto recompensada su ingenuidad con la vileza actual.
Lo más grave de todo esto es que con la campaña de Ayuso y el ataque a Ciudadanos, el PP opta definitivamente por la estrategia de la máxima polarización, la única que entienden y practican Ayuso y sus guionistas. En esta estrategia de competición con Vox se trata de demostrar que no hace falta un partido de extrema derecha porque para eso está el PP, como se demuestra en Murcia entregando la Consejería de Educación a una fanática del pin parental. Es otra forma de «reunificar» la derecha. En realidad, la presidenta de Madrid sigue las recomendaciones de Aznar que hace pocas semanas, junto a la reunificación, recomendaba al PP librar una «guerra cultural» sin complejos. Ese concepto importado de la derecha norteamericana (más referente para Aznar y FAES que la europea) consiste en convertir las diferencias políticas en conflictos morales, a los adversarios políticos en enemigos irreconciliables con los que no se debe pactar nada, y a la sociedad civil en campo de discordia permanente. Para ello hacen falta unos medios de comunicación imitadores de la Fox y es evidente que los tienen y ejercen, especialmente entre la prensa escrita y la radio. Todo ello redunda en una apuesta por la polarización, la crispación y la campaña electoral tan permanente como sucia. Hasta ahora Ayuso ha utilizado el gobierno de Madrid como un instrumento de confrontación contra el gobierno de España postergando sus obligaciones para con los madrileños. Para librarse de dar cuentas por su nefasta gestión (especialmente la sanitaria) utiliza eslóganes ridículos y trasnochados.
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A esa estrategia de la polarización se ha querido sumar Iglesias Turrión (necesitado de asegurar el 5% de representación en Madrid, después de reiterados fracasos en varias elecciones autonómicas) para lo que en un ejercicio de saltimbanqui se autodespidió de la vicepresidencia del gobierno, con mayúscula sorpresa de los compañeros de gabinete. Por supuesto consiguió una vez más copar la atención y los titulares de los medios, pero no fue suficiente para convencer a Mónica García y a Más Madrid de unir fuerzas con un personaje que conocen demasiado bien. Además tienen claro que no comparten la estrategia de polarización de Iglesias y Ayuso, la más nefasta para la convivencia en Madrid y en el conjunto de España. Afortunadamente el mayor antídoto contra esa estrategia y contra la crispación se llama Ángel Gabilondo encabezando una candidatura que, no debe olvidarse, ya fue la más votada en las últimas elecciones.
La moción presentada en Castilla y León por el PSOE contra el gobierno de Mañueco-Igea responde a otros parámetros. Se recordará que la coalición fue impuesta «manu militari» por Fran Hervías en persona cuando los miembros de Ciudadanos se inclinaban por aliarse con el ganador de las elecciones autonómicas, Luis Tudanca. Durante este tiempo la Junta de Castilla y León ha sido incapaz de hacer frente a ninguno de los principales problemas que aquejan a la comunidad y especialmente a muchas provincias como León que encabeza las estadísticas de menor tasa de actividad y máxima despoblación y envejecimiento. Lo peor es que el gobierno autonómico actual ha renunciado a hacer planes para revertir la situación. Los desastrosos y corruptos gobiernos que encabezó Juan Vicente Herrera decidieron que esos problemas no eran de su incumbencia porque tenían nivel nacional y europeo. El actual de Mañueco-Igea ha decidido ignorarlos directamente y mirar para otro lado. Esa actitud es merecedora por sí sola de una moción de censura - sea cuál sea el resultado de la votación- y el PSOE ha cumplido con su obligación al presentarla.
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