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Cuando se va cumpliendo el calendario de vacunación previsto y están a punto de llegar los primeros fondos europeos para la recuperación; cuando todas las previsiones auguran un gran crecimiento de la economía española durante los próximos años y faltan dos y medio para finalizar ... la legislatura, Pedro Sánchez ha decidido una profunda remodelación del Gobierno que realmente ha sorprendido a todos los analistas y observadores. Sin duda el ejecutivo de coalición había acumulado un importante desgaste tras quince meses de pandemia y crisis económica que han sido explotados sin pudor por una oposición con un comportamiento único en toda Europa. A pesar de ello resultan sorprendentes algunos de los ceses.
Por su parte los dirigentes políticos de las derechas, fieles a su delirante guion, antes de conocerse todos los cambios y de que el presidente compareciera para explicarlos, ya los habían descalificado con los mismos denuestos de siempre, mismo lenguaje, idéntica pobreza argumental, impasibles ante las variaciones de la realidad que no les van a sacar de sus discursos. Ciertamente transmiten desesperación ante el hecho de que la pandemia no acabara con el gobierno y que tampoco lo hiciera la crisis económica subsiguiente (gracias al andamiaje de los ERTES y demás medidas correctoras de la catástrofe). Por el contrario, Pedro Sánchez protagonizó el impulso al programa más ambicioso que se recuerda dentro de la Unión Europea y además elaboró un Plan de Recuperación que recibió el calificativo de sobresaliente por la Comisión. Para mayor desconcierto y desazón de las derechas y de su mariachi mediático, el gobierno ha sobrevivido a la entrada y a la salida de Iglesias Turrión como vicepresidente, movimientos inconcebibles en las mentes más obtusas que tanto abundan entre sus dirigentes políticos.
En un patético ataque de ansiedad, las derechas concentraron todos sus esfuerzos en conseguir que los indultos parciales a los dirigentes independentistas se convirtieran en la puntilla al gobierno. Pero tampoco fue así. Como ha declarado José María Maravall — académico de reconocimiento internacional y un referente clave de la socialdemocracia española— «[Pedro Sánchez] saca a Franco del Valle de los Caídos, saca a la familia Franco del pazo de Meirás. Aprueba la ley Celaá, que es un gran acierto. El ingreso mínimo vital. La ley de eutanasia. Y consigue 140.000 millones de fondos europeos. En poco más de un año. Los indultos son la prueba de que no le faltan luces largas. Es una medida valiente de quien es capaz de correr riesgos calculados. Con una mayoría precaria». Un resumen inapelable habida cuenta del contexto sanitario, económico y político.
Por su lado las derechas, aparte de despotricar como orates contra Sánchez, parecen sumidas en un proceso de canibalismo definitivo. Mientras Ciudadanos, devorado por el PP, acelera su marcha hacia la desaparición, Vox siente como el discurso de Díaz Ayuso y sus ventrílocuos aznaristas le comen terreno y le intentan reducir a la marginalidad.
En el PP se ha impuesto de hecho una bicefalia con dos liderazgos abiertamente en competición, el de Pablo Casado y el de Isabel Díaz Ayuso. Para colmo de males a Pablo Casado se le aparece de vez en cuando un zombi con aspecto de José María Aznar. La última vez acompañando a Isabel Díaz Ayuso para proclamarla el futuro del Partido Popular en detrimento de Casado. Y lo nunca visto, apuntando amenazadoramente a quienes han apoyado el gesto de distensión de los indultos parciales a los dirigentes independentistas. Entre los apuntados y amenazados por no plegarse a sus consignas en el asunto de los indultos, se encuentran los dirigentes empresariales, la Conferencia episcopal, el Financial Times o el Secretario General de la ONU, por citar solo algunos ejemplos. Además, Aznar ha vuelto a demostrar la calaña de sus convicciones políticas sembrando dudas sobre los resultados electorales, como ya lo hiciera en 1993 y en 2004. Siempre que el PP pierde en las urnas.
No es extraño el estado de impaciencia y desesperación que transmite Pablo Casado porque, después de haber perdido dos elecciones frente a Pedro Sánchez, sabe que solo le queda una oportunidad y, si la legislatura llega hasta 2023, ni siquiera tiene asegurado ser el candidato del PP. Una prueba de su inconsistencia es que promete como primera medida de gobierno la derogación de la Ley de Eutanasia, pero lo cierto es que el PP despreció el debate parlamentario sobre la misma. Nadie les oyó proponer o argumentar algo al respecto. Estaban demasiado distraídos con los indultos y con los insultos.
Pedro Sánchez ha declarado explícitamente que el nuevo gobierno será el «de la recuperación para superar por completo la pandemia y aprovechar la oportunidad de poner en pie una España mejor». En la consecución de esos objetivos va a contar con la inminente llegada de los fondos europeos y con unas altas expectativas de crecimiento para los próximos años. Sería muy conveniente que también pudiera contar con un clima político general de cooperación en todas las cuestiones de estado o en los asuntos de interés general. No es probable, pero sería una agradable sorpresa que la oposición ejerciera de tal sin bloquear la renovación de los órganos constitucionales, que sustituyera las diatribas por argumentos y demostrara respeto por las funciones y la imagen del parlamento. No es mucho pedir que se comporte con la educación y el civismo que nos exigimos la mayor parte de la ciudadanía. Sería positivo que olvidara las majaderías como la «ruptura de España» o el «cambio de régimen» o bien, como diría Núñez Feijoo, que tuviera un comportamiento «algo más europeo». Al fin y al cabo, ya ha fracasado en sus intentos de forzar un adelanto electoral.
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