Los míos y los que me caen bien

Uno de los rasgos de estos tiempos de modernidad líquida es que han dejado de existir las verdades

Eduardo Fernández

Miércoles, 6 de abril 2022, 10:48

Uno de los rasgos de estos tiempos de modernidad líquida es que han dejado de existir las verdades. Pocas frases hay tan estúpidas como la de que algo es mi verdad. Por definición la verdad es una, y luego habrá múltiples y variadas interpretaciones o ... percepciones. De la verdad se ha pasado a la post verdad, que viene a ser que cada uno opina sin tener repajolera idea del asunto en cuestión, pero con la pasión de un hooligan y la seriedad de un premio Nobel.

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La consecuencia es un enorme subjetivismo y un gran relativismo. Con palabras menos grandilocuentes, que la peña cree lo que le da la gana, acepta lo que quiere y lo eleva a categoría de verdad absoluta porque le sale del aparato reproductor y no porque algo sea cierto. Lo mismo vale para las opiniones políticas que para la bioquímica y la física cuántica. Porque uno de los placeres de la vida a estas alturas es opinar lo mismo de fútbol, de la inflación, de la geopolítica del Donbass y de los últimos avances en genómica. Cuánto daño han hecho las tertulias radiofónicas.

En este contexto en que cada uno dice lo primero que se le ocurre y da gusto al cuerpo en cuanto puede, lo que ha pasado a ser importante no es la conducta objetiva de cada cual, sino que se lo explique a los suyos. Esto en términos técnicos se llama coconstrucción de nuestra verdad, pero no es más que perdonarle a los propios lo que haría que saltases a la yugular de los contrarios. En esto los yanquis son maestros y cuando le ponen la panoplia de Hollywood resulta la bofetada del imbécil de los Oscars, que ya veríamos qué rápido hubiera actuado esa supuesta academia si la misma leche se la hubiera metido un hombre a una mujer o un blanco a un negro, afroamericano, de color, o de minoría étnica sufriente, que -voy a desvelárselo a los que viven en países con inmensa mayoría de caucásicos aunque ni uno proceda del Cáucaso- los blancos también sufren y cuando toca, son discriminados, porque la humanidad, como desde el Paleolítico Inferior, se divide más entre los que tienen pasta y los que la necesitan que por cualquier otro criterio.

Uno, que no ha conocido coalición más temible que la formada por mi madre, mi hija y mi mujer cuando se han puesto de acuerdo para algo -cosa que afortunadamente pasa solo cada año bisiesto- ya ha pasado de la intuición a la constatación empírica de que son las mujeres las que mueven el mundo. Pero permítanme un supuesto académico de laboratorio en el que yo hubiera titulado este artículo de opinión «quiero creer que las mujeres también son personas, que también son seres racionales y que no son animales». Lejos de no hacerlo por no aguantar el coñazo, la murga y la superioridad ética de las feministas que están calladas ante las atrocidades que se cometen contra mujeres y niñas de Ucrania -del resto de feministas nada tengo que opinar-, simplemente me parecen unas palabras abominables, reprochables y un punto asquerositas, que denotan una displicencia de esa de aquellos que reparten carnets de demócrata y se han pasado ahora a repartir carnets de ser humano o de animalidad.

Nietzsche opinó que «el hombre es el animal más cruel»; Charles Darwin algo más resbaladizo, que «no hay ninguna diferencia fundamental entre los humanos y los animales en su capacidad de sentir placer y dolor, felicidad y miseria»; tanto David Hume en su Tratado de la naturaleza humana de 1734 como Kant en sus Lecciones de ética de 1780 reflexionaron sobre la diferencia entre hombres y animales, pero todos ellos se quedaron cortos, porque ni Nietzsche ni Darwin ni Hume ni Kant eran alcaldesas.

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Como el video está grabado ya no puede decir que se le ha interpretado mal. La alcaldesa de Gijón, ese lugar entrañable que tantos leoneses creen que es su afectivo puerto de mar, opina lo mismo, pero de esa parte del género humano que hace pis de pie. O por lo menos de la que tiene colita o pene, puesto que en absoluto soy experto en los usos y costumbres mingitorios de la parte de la humanidad que siendo mujer, mee de pie. Espero que la simple imagen mental de esto que les estoy contando les haya resultado tan repulsiva que lleguen a pensar cómo demonios Leonoticias tiene a un tipo escribiendo estas cosas; ese será el punto en el que sepan qué le parece a una parte de la humanidad masculina que condescendientemente le perdonen la vida y la consideren conformada por seres humanos y no por animales.

Decía el ensayista inglés de principios del XIX William Hazlitt que «el hombre es un animal que se alimenta de adulaciones», y no pensaba sólo en los políticos, pero eso sí, como la indigente intelectual que ha opinado esto, que parece haber aprendido poco en su paso por Ponferrada y León, tiene carnet político y afinidades ideológicas de género, todos los suyos encontrarán graciosísima y normalísima la gilipollez que ha dicho. Porque al final, cuando un tonto (o tonta por la cosa de la igualdad) alcanza la cima de su incompetencia, se instala en un puesto político para que cualquier memez que diga le parezca bien a los suyos, que es a los únicos a los que quiere caer bien. Pues nada, que yo -y sin que sea cosa del heteropatriarcado, la dominación, la autocomprensión estigmatizada de mi sexo y la heteronormatividad- sigo creyendo que las mujeres y los socialistas no son animales. Como el resto de la humanidad.

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