El año 2020 como para muchos de ustedes, ha sido un año de pérdidas de todo tipo que deberemos aprender a gestionar. La vida sigue, es cierto, pero cuánto daríamos por revertir la falta de personas irreemplazables, sobre todo aquellas más cercanas cuya ... edad y lucidez debería haberles deparado un camino más largo.
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El pasado día 2 de este año 2021, por la mañana, recibí una noticia desde mis tierras alcalaínas, una mala noticia. Arsenio Lope Huerta, «Curro», había fallecido. Reconozco que no esperaba empezar el año de forma semejante, y más cuando hacía un par de semanas se había producido la muerte de su esposa Pilar, a la que estuvo unido cuarenta y tres años. Es como si Dios se hubiera apiadado de él, concediéndole seguir juntos porque, como ha dicho recientemente mi amigo Eduardo Aguirre «la muerte tiende al círculo, pero solo el amor los traza perfectos».
Al impacto emocional que me produjo conocer su fallecimiento le siguió la firme convicción de que debía dedicarle a este gran hombre las breves reflexiones que tengo la oportunidad y el honor de compartir con ustedes quincenalmente. Merece mucho más, desde luego, pero valga este pequeño y sentido homenaje para declararle mi afecto sincero a él y a los suyos.
Debo empezar diciendo, para los que por su juventud no lo saben, que de entre sus muchas facetas, quiero recordar aquí que Arsenio fue Gobernador Civil de León por el PSOE, en la época de Felipe González, seguramente el mejor de todos- pese a la brevedad de su mandato entre 1988-1990- de hondo recuerdo en los leoneses de su quinta que, como yo, habrán sentido esta pérdida como propia.
La huella de cada ser humano esta cuajada de la estela que va dejando en cada etapa y en cada sitio. La de «Curro» está repleta de compromiso, de una enorme ilusión y trabajo, y de una altísima vocación y fidelidad a lo público. Rebosa ejemplaridad, saber estar, honestidad y, sobre todo, una gran bonhomía y una llamativa generosidad para con la sociedad que destacó a lo largo de toda su vida en su dimensión personal y profesional. En fin, una bellísima persona y un hombre admirable.
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La última vez que hablamos fue, el pasado mes de marzo, con ocasión de que le habían concedido por unanimidad de todos los grupos políticos municipales - esto subrayado y en negrita- la medalla de Alcalá, su ciudad natal y la mía, cuya entrega constituyó en sus propias palabras, y lo creo, «uno de los días más importantes de su vida».
Su vis de alcalaíno ejerciente, que desarrolló convirtiéndose en un verdadero motor cultural en la modernización y desarrollo de la ciudad que encabalgó con el de la propia Universidad, nunca impidió su declarado amor por la ciudad de León porque, dicho también por él, «no importa haber nacido en ella o no, sino amarla».
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Estos días, para esbozar estas líneas, he rememorado una cena interminable donde cruzamos opiniones y sentires sobre nuestras ciudades queridas, cuando volvió a León en 2016 con ocasión de la jubilación de Gloria y de Ana- las sempiternas secretarias de Gobernadores Civiles y Subdelegados del Gobierno hasta esa fecha (más de cuarenta años cada una en ese puesto)- simplemente porque quería despedirse (ahí es nada, un auténtico caballero).
En aquella cena que recuerdo con muchísimo cariño, repasamos los vínculos ahora centenarios de nuestras familias, las anteriores generaciones, lo mal que lo pasaron durante la guerra civil… cómo mi abuela Antonia con mi padre y sus hermanos corrían hasta los sótanos de su casa para pasar allí los bombardeos…. cómo mi padre y su hermano, tocayo suyo, enseñaban a nadar a los chavales ( y de aquella «Curro» lo era), en el rio Henares…
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Hablamos de una y otra ciudad, tan queridas para ambos, de la Universidad, de Cervantes y Cisneros, en los que era un reconocido especialista, de Azaña…. Hablamos de amigos comunes como José Félix y Javier Huerta… Me preguntó por Juan Morano, por Ángel Valencia, por Cabañeros..…. por tantos otros leoneses de los que atesoraba gran afecto y mil y una anécdotas… Hablamos de tantos otros alcalaínos…. Hablamos de política, de cómo veíamos las cosas, tan igual desde una óptica tan distinta…… Hablamos de minería, y de ese gen leonés que los dos habíamos aprendido a identificar desde el absoluto respeto, y de cómo costaba hacerlo entender fuera de aquí…. Me preguntó también por nuestra Cultural que seguía desde la distancia- precisamente me contaba Maxi Cañón hace unos días que iba con él a la Puentecilla, que pasaba a buscarle y veían juntos los partidos, y lo poco que le gustaba el coche oficial….
Hablamos, hablamos, y hablamos, y sobre todo, compartimos recuerdos, experiencias y una forma de ver la vida y de actuar en las que, según Gloria, tan querida para ambos, nos parecíamos mucho. He de reconocerles que es uno de los grandes piropos que me han echado a lo largo de mi vida y como les dije entonces a una y a otro: »ya me gustaría».
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En fin, podría seguir insistiendo en la semblanza de este ser humano excepcional del que tanto tendríamos que aprender y al que todos le debemos el reconocimiento de la huella que dejó en León y la que llevó consigo de nuestra ciudad y nuestra provincia, de los leoneses en fin, toda su vida.
Cuando le entregaron la medalla de Alcalá, «Curro» dijo, parafraseando a Caballero Bonald, que «somos lo que nos queda de vida»; y añado yo, también somos la impronta que dejamos en el resto y quiero reconocer aquí que en mí, y en tantos otros, la tuya será imborrable, como forma de no morir del todo.
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Sit tibi terra levis, querido «Curro».
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