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Dios aprieta, pero no ahoga. O no del todo. Entre la subida de los precios, las temibles Navidades y la nueva ola de contagios, aparece un rayo de esperanza: el Senado ha admitido a trámite la comparecencia de Bárbara Rey por el presunto cobro de ... fondos reservados. Solo por eso se justifica la existencia de un órgano que nunca hemos sabido para qué servía.
La posible presencia de la artista en la Cámara Alta es una fantasía. Como su vida: con tipazo de infarto y alma de cómica, que nadie como ella imita a la Cantudo o a Cayetana de Alba, la tigresa renunció a su carrera para casarse con un domador que quiso someterla a base de latigazos. Pero antes ya había sido presentadora, actriz, diosa del destape y musa de la Transición, que la bragueta no entiende de política y la muchacha ponía cardiaco a todo el arco parlamentario. Visto lo visto, ahí residía el consenso del 78.
Llevando a cuestas un apellido premonitorio, la de Totana (antes muerta que volver a la huerta) acabó convirtiéndose en la vedette que sabía demasiado, en la verborrágica condenada a guardar silencio por los siglos de los siglos hasta que un senador de Compromís se ha empeñado en saber si, supuestamente, cobró algo a cambio de mantener el pico cerrado y no revelar que le daba alegría a su cuerpo, totanera, con el emérito. Y yo se lo agradezco: ojalá Bárbara entrando en el Senado cantando «Los hombres para mi son como marionetas de cartón, y sólo soy feliz jugando con su débil corazón»; ojalá verla confirmando su lío con el mismísimo como confesó en el 'Deluxe' su noche de amor con Chelo García-Cortés; ojalá Conchita la poligrafista transmutada en taquígrafa. Si es así, hago la croqueta de aquí a Madrid.
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