Estatua de la Libertad en Nueva York. EFE

En la banda

Al pusilánime del bocazas les separa algo más que el silencio, que está mal visto pero es una opción

Marta San Miguel

Lunes, 27 de noviembre 2023, 00:08

Hace un tiempo alguien me preguntó si me sentía libre para escribir en este país en el que todo estaba manipulado, mediatizado o corrupto. Si bien dejé claro que el país en el que yo vivo no era ese, su apreciación me hizo pensar en ... la extraña interpretación que hacemos de la libertad de expresión. Ese derecho no está solo en poder decir lo que piensas sino también en guardarte lo que opinas: ¿alguna vez lo han hecho, lo de callarse, o creen que evitar emitir juicios constante y efusivamente los convierte en unos amordazados?

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El escritor griego Theodor Kallifatides dice que una cultura no puede ser juzgada solo por las libertades que se toma, sino que también se la juzga por las que no se toma: «Hay cosas que no se prohiben, pero eso no significa que se permitan». A menudo pienso en este límite tan difuso como enmarañado que separa la libertad de expresión del respeto hacia el otro, una actitud que, según en qué entornos, se ve como una cursilería. Imaginen esta reflexión, por ejemplo, en la banda de una campo de fútbol regional durante un partido en el que se mide la bazofia moral en decibelios; o cuando evitas con un frenazo un accidente en una rotonda y las ventanillas subidas nos ponen subtítulos en la boca; o en la sala de espera de un centro de salud cuando hacen eco los reproches al médico al otro lado de la puerta; o cuando llegas a casa de unos familiares y te dicen cuánto has engordado o adelgazado o lo necesario de tomar vitaminas a tu edad; o cuando en una cena la actualidad se cuela antes del postre y de pronto hay un solo bando y otro que se calla. Ahí, en los que se callan es donde fijo la atención; los que se callan en casa de los familiares, en el coche, en el campo de fútbol, en la sala de espera, en la cena, ¿son unos pusilánimes o son dueños de sus silencios? Lo pregunto porque aunque no hemos pisado diciembre, los centros comerciales y las aceras ya nos están empujando a pensar en qué vamos a tener sobre la mesa en Navidad, y a la vista de la actualidad, el silencio va a ser un ingrediente fundamental en las opíparas monsergas que van a compartir mantel con el lechazo o el pez correspondiente.

El silencio está mal visto, pero es una opción de libertad, justa y bellísima, un derecho que tendemos a olvidar ahora que se ha impuesto la dictadura de tener razón. Escribo con la misma libertad con la que un padre llama hijo de puta a un chaval de quince años del equipo contrario, ¿pensará lo mismo ese padre si leyera esta columna? ¿O ese paciente o ese familiar? Quién es más libre, entonces, ¿el que grita o el que entiende a Kallifatides?

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