Se puso Carmen Calvo una chaqueta de vaca y aclaró que «no seríamos una gran democracia si no supiéramos enfrentarnos a nuestro pasado». Por supuesto, lo de la memoria democrática, histórica o como la quieran llamar es algo importante pero que importa a poca gente. ... Eso sí, el efecto carraca es ruidosísimo. Llevamos así desde 2007 con picos de atención más altos o más bajos. Ahora toca alto.

Publicidad

Cualquier persona decente está a favor de que se saquen de las cunetas o de donde sea cadáveres de la guerra para que sus herederos puedan volver a enterrarlos. Luego hay gente, como la familia de Lorca, que prefiere que su fusilado se quede donde está, donde esté. Cosa diferente serán otros aspectos de la ley, que ya veremos por dónde sale. Como eso de «la actualización de los contenidos curriculares». Lo peor de todo es que hacen caso a los relatores de la ONU, esos expertos en la nada que meten sus narices en otros países. El colombiano Pablo de Greiff lamentó que «algunos libros de texto» se referían a la Guerra Civil «en términos genéricos, perpetuando la idea de una responsabilidad simétrica». Amárrame los pavos con el colombiano. A ver qué nombre quieren ponerle ahora. Pero bueno, las competencias educativas están transferidas y esto será motivo para otra guerra según el color de quien mande en la comunidad autónoma.

Lo más lamentable con esto de la memoria es que a veces está reñida con la Historia (esa Historia que, si es la reina de las humanidades, no puede ser zarrapastrosa, como dice García de Cortázar). La Historia está sometida a reglas académicas. La memoria es un recuerdo individual. Pero estamos en unos tiempos locos en los que los sentimientos cuentan más que los hechos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas

Publicidad