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Por si no teníamos bastantes y graves problemas con las crisis sanitaria, económica y social derivadas de la pandemia por coronavirus, también tenemos al primer partido de la oposición empeñado en provocar una crisis política que hunda a este país en el caos. Hace ... unos días colaboró con su abstención (entre otros con ERC y Bildu) para tratar de impedir la prórroga del estado de alarma y acabar con las medidas imprescindibles adoptadas contra la propagación del virus. Dejó claro que para el PP lo importante no era vencer la epidemia sino derribar el gobierno y provocar elecciones anticipadas. Se trata de un caso único en Europa donde hemos visto al primer partido de la oposición apoyar al gobierno de turno frente a la covid-19, ya sea por la izquierda en Francia, por la derecha en Portugal o por los laboristas en el Reino Unido. Todos los gobiernos europeos han actuado tarde y han cometido errores, como no podía ser de otra manera, ante tan inesperada pandemia. En España, además, han chirriado las distintas voces de un gobierno de coalición. Pero a ninguno de los partidos de oposición en los países vecinos se les ha ocurrido que este es el momento de acosar al gobierno y provocar unas elecciones pocos meses después de las últimas.
La actual dirección del PP se mueve con parámetros no homologados en la Unión Europea. Ninguno de los demás gobiernos europeos ha soportado una campaña pública de intoxicación y bloqueo para producir crispación y desmoralización en una población confinada por la epidemia, preocupada por la salud, por el futuro económico y el empleo. La ofensiva de la oposición ha alcanzado cotas de sadismo insólito, racaneando el aplauso a los sanitarios, buscando el cuanto peor mejor y sin reparar en el daño a la imagen exterior de España. La anomalía ha llegado a tal extremo que el prestigioso diario británico The Guardian afirmaba el 5 de mayo: «mientras los políticos en otros países buscan el consenso, aquí [España] la oposición utiliza el virus como garrote». Los principales dirigentes actuales del PP (Casado, Álvarez de Toledo, Ayuso…) se comportan como marionetas de la FAES que dirige un lúgubre y resentido (contra todo el mundo) José María Aznar, alguien de quien Mariano Rajoy se libró en cuanto pudo.
Los problemas de la derecha con Europa vienen de lejos. Aznar nunca se encontró cómodo en la UE cuando fue presidente de gobierno. Baste recordar que solo mantenía una relación de confianza (y de negocios) con el lamentable Berlusconi. Cuando la guerra de Irak, Aznar optó por alinearse con los USA de Bush abandonando la mayoría europea encabezada por Francia y Alemania, con lo que, además de meternos en una guerra sin sentido ni fundamento, se retrató para siempre. En los últimos años FAES ha sido la principal asesora de Albert Rivera con el resultado conocido de llevar a Ciudadanos al estrelladero. Recientemente esa influencia nefasta se ha expresado al votar en el PP europeo contra la expulsión del protodictador húngaro Orbán. Coincidir con esas compañías constituye toda una anomalía en Europa.
Los problemas de la actual dirección del PP para actuar como europeos serían un asunto particular si no fuera el principal partido de la oposición y si no dependiéramos tanto de Europa para salir lo menos mal posible de esta situación catastrófica. Lo cierto es que, como se ha repetido hasta la saciedad, solo hay una salida europea a la gigantesca crisis económica y social en la que estamos metidos. La reconstrucción solo puede abordarse seriamente a escala y con espíritu europeo al que además habrá que añadir desde España una imprescindible sensibilidad social. La semana pasada el Parlamento europeo votó a favor de un ambicioso programa de recuperación y los parlamentarios españoles de Vox (parientes tan próximos al PP) votaron en contra porque son nacionalistas antieuropeos sin más recorrido. Las derechas españolas tienen acreditada tan poca empatía europea que están invalidadas para negociar y pactar con el ordoliberalismo alemán y el calvinismo holandés, por citar solo los dos ejemplos más duros que nos esperan.
De manera poco disimulada el PP ha estado cuestionando la constitucionalidad del estado de alarma a pesar de que autoridades académicas como Tomás de la Quadra hayan despejado cualquier duda al respecto. Ahora bien, si alguien tenía alguna reticencia, solo ha tenido que ver el espectáculo de algunas comunidades autónomas durante los últimos días para confirmar la acertada decisión del gobierno. Hemos visto a dirigentes autonómicos partidarios de pasar de fase, priorizando las presiones de empresarios o su propia imagen sobre la salud de sus ciudadanos. La tendencia al cantonalismo parece consustancial a muchos dirigentes autonómicos que ni siquiera son nominalmente nacionalistas. Si por ellos fuera se practicaría una suerte de confederalismo egoísta que es exactamente lo contrario de la teoría federal. El no va más del dislate (¡¡eclipsando a Torra!!) lo ha protagonizado la disparatada Ayuso con su desprecio por los criterios sanitarios y su llamamiento a desobedecer el confinamiento y manifestarse en las calles. Esta irresponsabilidad solo la había practicado en Europa la extrema derecha alemana y aquí se ha apresurado a propagarla la extrema derecha autóctona demostrando que son uña y carne con este PP. Y así hemos visto el bochornoso esperpento de los manifestantes en el barrio de Salamanca reclamando libertad y golpeando farolas con palos de golf. En León, la manifestación ultra ha coincidido con el primer día (18 de mayo) sin ningún contagio por coronavirus después de dos meses, algo importantísimo para todos, excepto para los crispadores y los promotores de la bronca. Si no fueran trágicas, las sandeces diarias de Madrid resultarían un sainete. Pero que dimita su Directora General de Salud ―para no firmar un informe contrario a la salud de los ciudadanos en medio de una epidemia― descalifica a Ayuso y a todos los que la colocaron y mantienen en su puesto. El asunto es todavía más serio, si cabe, porque esos despropósitos nos afectan directamente a todos. Como dice Miguel Hernán, catedrático de epidemiología de Harvard y experto asesor del gobierno: «si quitas la capital [y Barcelona] el brote no ha sido muy diferente a otros países donde la incidencia ha sido mucho menor». En conclusión, mantener y defender a Ayuso es jugar a la ruleta rusa con la salud de todos los españoles.
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