Alcalá, me duele
teresa mata
León
Miércoles, 8 de abril 2020, 14:12
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teresa mata
León
Miércoles, 8 de abril 2020, 14:12
A lo largo de este encierro, no ha habido un solo día que no haya recordado mi infancia y adolescencia, que no haya vuelto a lugares comunes, y experiencias vitales que me han marcado y han hecho de mi lo que soy. Adelanto ... que mi madre, como muchos sabéis, falleció la pasada nochebuena y que, debo decirlo porque así lo siento, en estos días me he considerado afortunada de haberme podido despedir de ella, a la vista de lo que ha pasado y está pasando en Alcalá de Henares, tres meses después.
Para los que no lo sabéis, os aclaro que León es mi lugar de adopción, lugar queridísimo, pero el de nacencia será siempre esa ciudad cervantina que últimamente, como la canción, me tiene el corazón partío.
Y es que en estos tiempos que estamos viviendo, han sido muchas las personas de Alcalá, que han emprendido su último viaje, dejando una estela que me han hecho reflexionar sobre lo que nuestros mayores son, y deben ser para nosotros, de cómo nos han allanado el camino, de cómo han dejado su impronta en nosotros que es la forma de morir un poco menos. Necesito despedirme de todos, y en especial de algunos, y sirva esta pequeña reflexión como absoluto reconocimiento a aquellos mayores a los que no he podido acompañar en su último adiós como me hubiera gustado. A todos ellos.
Porque no son cifras. No son tres, cuatro, cinco mil ancianos… fallecidos, como estamos cansados de oír en los medios de comunicación. Son en mi caso, Domi, Carmen, Tita, Petra, Emiliano….., no deshumanicemos. Son nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros tíos, nuestros profesores, lo mejor de nuestra gente, lo mejor de nuestra sociedad que nos está dejando calladamente, y que no se merece la deshumanización que conlleva resumirles en una cifra. Al contrario, son merecedores de nuestro homenaje constante, el que conlleva que cada día les tengamos muy presentes.
Porque nuestros mayores, los de cada uno en particular y los de todos, con su nombre, son aquellos que han luchado por sacarnos adelante, aquel puerto seguro al que todos hemos acudido en las zozobras, aquel ejemplo a seguir, aquel saco insondable de principios y valores que retenemos en el alma, aquella impronta, aquel abrazo, aquella mano que nos agarraba fuerte y nos ayudó a crecer, son la certeza, la fijeza, la convicción, la generosidad absoluta, la estabilidad, la confianza… Y todo eso, y mucho más, es lo que se nos va cuando ellos ya no están. Y da tanto vértigo que solo lo podemos paliar con la convicción de que, en un futuro, nosotros mismos nos convertiremos en ellos para los nuestros. Ese es el mayor homenaje.
Saldremos a flote, estoy segura, como sociedad y como humanidad después de estos días terribles que, como les digo a mis hijos, pasarán. Pero en la lucha por esa supervivencia colectiva no debemos olvidar lo mejor que tenemos, nuestros ancianos, los que están y los que se han ido, piezas imprescindibles que, si algo nos enseña esta crisis, es que debemos valorarles mucho más.
Por mi parte, de lo que estoy más orgullosa, y sé que ella también, es de parecerme a mi madre, ausente ya, pero siempre presente, y a Tita, y a Carmen, y a todas aquellas mujeres que nos han dejado estos días y que nos han dado tanto. Y como ellas harían, me impongo salir de esto reforzada porque ese será mi tributo a todos los de su generación y mi ejemplo para las generaciones futuras.
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