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Es posible, como sugería el título de aquel documental que narraba el golpe de estado a Hugo Chávez y su pronto regreso al poder, que algunas revoluciones no sean retransmitidas. Esto ocurre, sobre todo, con los cambios de paradigma de carácter político: mientras que unos ... cuantos chavales, desde la intimidad perdida de sus habitaciones de adolescentes, están subvirtiendo con sus streamings unas reglas comunicativas que los medios tradicionales no habían renovado desde el siglo pasado; otro tipo de contenidos en directo, como la información sobre los conflictos bélicos que solían proporcionar los corresponsales de guerra, tienen cada vez menos relevancia en un contexto en el que lo de afuera ya no puede competir con lo de adentro.
Existen algunas afueras, sin embargo, que nos siguen interesando. En concreto, las afueras de nuestro planeta: este jueves, millones de personas pudieron ver en tiempo real cómo la compañía SpaceX enviaba al espacio, en el primer lanzamiento totalmente comercial de la historia, a una tripulación civil entre la que no se contaba ningún astronauta profesional. Es verdad que las revoluciones políticas pegadas a la tierra, por muy graves que sean, ya no se retransmiten; pero las revoluciones tecnológicas, esas que nos permiten soñar con la ausencia total de gravedad, son ofrecidas en directo —previo pago de la correspondiente cuota mensual— vía Netflix. Mientras, entre el estudio de grabación del streamer y el espacio exterior, sigue existiendo —aunque no la veamos— esa tierra de nadie que antes solíamos llamar mundo. En él han cambiado pocas cosas, y los perdedores siguen siendo los mismos de siempre, por mucho que ya casi nadie retransmita su derrota.
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