Climate is what we expect, weather is what we get». «El clima es lo que esperas y el tiempo (atmosférico) es lo que obtienes». La cita, atribuida a Mark Twain, refleja a golpe de aforismo una realidad incuestionable: el cambio climático está aumentando la frecuencia ... y la gravedad de fenómenos extremos como las sequías. Según los últimos datos, entre 1900 y 2019 las sequías han afectado a 2.700 millones de personas en el mundo. En los países más pobres, los costes son absolutamente desproporcionados y se ven traducidos en hambrunas y pérdida de vidas humanas. En concreto, las sequías han causado 11,7 millones de muertes en el último siglo.
Actualmente más de 70 países en el mundo, incluidos muchos de la región mediterránea, se ven regularmente afectados por la escasez de agua disponible. Además, las previsiones científicas actuales pronostican que las sequías irán en aumento. Se estima que, para 2050, puedan afectar a más de las tres cuartas partes de la población mundial.
La evidencia de sus crecientes impactos ha llevado a los Gobiernos a centrarse en un compromiso y una acción internacional más sólida. Con motivo del Día de Lucha contra la Desertificación y la Sequía 2022, que se celebra el próximo 17 de junio y del que España es país anfitrión, expertos y líderes políticos de todo el mundo se darán cita en Madrid. Abordarán medidas y soluciones para combatir la desertificación y la sequía en una jornada organizada por Naciones Unidas y el Gobierno de España que contará con la participación de António Guterres, secretario general de Naciones Unidas; el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez; el comisario europeo de Medio Ambiente, Océanos y Pesca, Virginijus Sinkevičius; y el presidente de la COP15 de Desertificación, Alain-Richard Donwahi. El nivel institucional de la jornada es un reflejo de la alta prioridad del problema para la comunidad internacional.
Necesitamos impulsar políticas para combatir este desafío ambiental, económico y humano de primer orden, anticipando sus impactos para garantizar que la planificación del uso de la tierra y los esfuerzos para abordar su degradación también aumenten la resiliencia de las comunidades y los ecosistemas. Porque la desertificación y la sequía no solo responden a patrones climáticos cambiantes y a la cantidad de lluvia recibida, sino a decisiones humanas sobre el uso de los recursos naturales.
Hoy, 70 países tienen planes de acción nacionales bajo la Convención de Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD, UNCCD por sus siglas en inglés), que permiten a los Gobiernos actuar tan pronto como aparecen las advertencias de sequía. A través de ellos, están desarrollando y compartiendo herramientas para monitorear la sequía y evaluar las comunidades que podrían verse afectadas.
El hecho de que España haya tenido que convivir con las sequías y sus consecuencias desde hace décadas nos han enseñado la necesidad de integrar la sequía en la planificación hidrológica y la gestión de los recursos hídricos, abordándola de forma anticipada y evitando en lo posible actuaciones de emergencia cuando ya se ha llegado a situaciones severas.
Esta gestión planificada ha dado resultados muy positivos. Pese a la tendencia a una menor disponibilidad de agua, ninguna otra sequía ha generado impactos tan devastadores como los acontecidos entre 1991 y 1995, aunque en años posteriores se han registrado condiciones climáticas muy similares. A ello han contribuido el desarrollo en España de los planes hidrológicos y los planes especiales de sequía. Así, el abastecimiento de la población está asegurado y la gestión de la escasez permite mitigar y evitar impactos económicos asociados.
Los planes hidrológicos de tercer ciclo, en la etapa final de su proceso de aprobación, pretenden revertir una tendencia creciente en la gestión de los recursos hídricos, reduciendo las asignaciones establecidas para los distintos usos del agua en más de 1.000 hm3, para adecuarlas a estos escenarios futuros.
Junto a su experiencia en la gestión de sequías, España es también uno de los países de Europa más vulnerables a la desertificación. Casi tres cuartas partes de su territorio son tierras secas susceptibles de ser afectadas por este fenómeno, de las cuales un 20% se consideran ya degradadas.
Además, el cambio climático está agravando esta situación con la progresiva aridificación del clima y el incremento en la frecuencia e intensidad de las sequías. La presión en el uso de suelos y agua, junto con el abandono de espacios agrícolas y forestales de uso tradicional, también favorecen los procesos de degradación de las tierras.
Frente a este reto, España está ultimando una nueva Estrategia Nacional de Lucha contra la Desertificación, plenamente alineada con el nuevo marco estratégico de la UNCCD 2018-2030 y la Agenda 2030, en especial el logro de la meta 15.3 de neutralidad en la degradación de tierra. Esta estrategia fija un marco de actuaciones y medidas para fomentar la planificación y gestión integrada del territorio, y el uso sostenible de los recursos de la tierra, así como la regeneración de las áreas degradadas.
La protección, revalorización y restauración del capital natural de España ocupa también un lugar destacado en el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia (el instrumento español para la gestión de los fondos Next Generation EU), destinando 1.642 millones de euros para la conservación de biodiversidad, restauración de ecosistemas y gestión forestal sostenible en el periodo 2021-2023.
Cada año el Día de Lucha contra la Desertificación y la Sequía nos recuerda la importancia de seguir trabajando en soluciones para combatir la escasez de agua y la degradación del suelo que nos dirijan al mejor de los escenarios posibles. Este año, desde España hacia el mundo, con mayor motivo todavía.
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