El acabose en León
Una provincia que se muere está más pendiente de la Cultural y la Ponferradina que de Colinas y Luis Mateo Díez
Eduardo Fernández
Miércoles, 18 de noviembre 2020, 09:23
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Eduardo Fernández
Miércoles, 18 de noviembre 2020, 09:23
Uno, que está hasta el cremáster de la pandemia, busca refugio en cualquier ocupación que permita evadir la angustia con cierta altura mental. Ya sé que muchos de ustedes me reprochan que parece que escribo en clave, como si sintiera un malsano regocijo en ... la oscuridad de mis columnas. No se escondan, que lo sé. si no, pregunten a mi mujer. Pues hoy toca una de esas, conceptistas a lo Góngora, están advertidos.
Cuando he visto en Leonoticias una fotografía de Antonio Colinas, me he tirado a por la notica con la desesperación con la que busco la merienda. En una entrevista me preguntaron qué era lo que más me gustaba del mundo y dije que merendar; la entrevistadora, con el gesto de hastío infinito de quien pesa dos veces y media menos que yo, me replicó que después de merendar qué era lo que más me gustaba y ahí la pobre me lo puso fácil, lo que más me gusta después de merendar es cenar, momento en el que me dejó por imposible. Habiendo sentado la premisa de mi pasión por una merienda bien armada, me da igual si de bocadillo de chorizo o una palmerita envuelta en lo único que se puede anudar sensatamente una palmera a media tarde, que es un colacao, fíjense cómo estoy, que perdono el papeo a cambio de noticias sin covid.
Sostiene Colinas, que es frase mejor que sostiene Pereira, salvo que sea de Antonio y no de Tabucchi, que «la poesía tiene ahora mismo mucha razón de ser». Sólo en un país de gaznápiros sin remedio esta opinión va en los titulares por debajo de la pandemia y del fútbol, lo que me hace perder la escasa fe que es posible conservar en esta humanidad de botellón a escondidas, salto del toque de queda y tos sin mascarilla.
En mis horas políticas más bajas, agazapado en un escaño desde el que el mundo se ve con razonables sentimientos encontrados, entre la seguridad de la paga a fin de mes -que un autónomo encuentra tan gratificante como para llegar al lenocinio- y la desesperanza en la amplia gama de incultos que nos gobierna, de todo signo político, que tampoco la estulticia tiene padre político, tuve un acto de lucidez inexplicable y me matriculé en Español: lengua y literatura. Es carrera que, a falta de que te dé trabajo, te proporciona un barniz de cultura como para ganar al Trivial y disfrutar de una cálida sensación de camaradería cuando lees una entrevista de Colinas. Como si sus caminos poéticos desde la Bañeza a la universalidad los hubieras recorrido con él alguna vez; como si comprendieses todos sus símbolos y compartieras su voz interior en lugar del chirrido estrepitoso que sale de un corazón normal. Una provincia que se muere está más pendiente de la Cultural y la Ponferradina que de Colinas y Luis Mateo Díez, lo que paradójicamente viene a ser el triunfo postrero del cementerio de Celama. Vivir y no leer En los prados sembrados de ojos o Juventud de cristal nos haría mejores como seres humanos y como sociedad. Conectaría León con lo mejor que tiene, que son estos dos sublimes creadores de universos.
Pero no. La crudeza de la situación social y económica es de tal magnitud, tan lacerante y tan pavorosamente incierta, que la chorrada de cualquier político de tres al cuarto (incluido yo cuando de tal ejercía) o la incapacidad goleadora del equipo de turno ocupa lo que el drama no tapa, lo que el covid no se come, lo que la pandemia no seca. Se encomienda, y nos encomienda Colinas a la visión trascendida de la realidad. Pobre. A continuación, tiene que decir de «la realidad realísima» y con esa expresión viene la ola de pesimismo en que se ha convertido el realismo. Cómo va a ser de otra manera si hasta él tiene que escribir un poema como «Un ruego en tiempos de pandemia». Una pesadilla; no puedo huir del covid ni en la poesía. Si es que no hay manera de hacer vivos los versos de Colinas. Tengo que cambiar mis preferidos: «cita con una muchacha sueca entre el Sena y los Campos Elíseos»; como para coincidir ahora uno de León y una sueca en París, con lo contagioso que está el avión. Quite, quite. O «me he sentado en el centro del bosque a respirar», pero cómo a respirar si la dichosa mascarilla me ahoga, a respiraaaar no, que te chupas todos los aerosoles ajenos, que antes pensábamos que el aerosol era el spray de limpiar los muebles y resulta que todos llevamos uno dentro. «Mientras Virgilio muere en Bríndisi no sabe / que en el norte de Hispania alguien manda grabar / en piedra un verso suyo esperando la muerte». Bueno. Sin comentarios. La poesía es como mentar la bicha, cuando en Italia y en León caemos como moscas; a esperar la muerte agotando las PCR. «Sueños de Oriente y sueños de Occidente», si estamos en pesadilla constante hasta en el último rincón del mundo. La nueva normalidad se carga hasta la poesía de Colinas y yo me apesadumbro un poco más. No me apetece ni el colacao con la palmera. El acabose.
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