Secciones
Servicios
Destacamos
Las elecciones de Madrid han dejado claras algunas cosas decisivas. La primera es que los electores han amortizado ya el peso de la corrupción (Gurtel, Púnica, Kitchen, etc.) que lastraba hasta ahora las expectativas del PP. Toda una novedad en el actual ciclo político.
Los resultados, tras una campaña que alcanzó el nivel cero de la política, solo se explican por un voto de castigo a los partidos del Gobierno (PSOE y Unidas Podemos) agravado por el estado de ánimo derivado de la pandemia: confinamientos, cierres, incertidumbre económica, paro, etc. Ha calado la desconfianza en la gestión del gobierno esparcida por las derechas y sus terminales mediáticas. En ningún otro país de Europa occidental se ha visto una actitud similar a la del PP, confundiendo la oposición parlamentaria con la obstrucción al Gobierno en medio de la crisis sanitaria. Ya se sabe que, cuando está en la oposición, el PP tiene como referente al Partido Republicano norteamericano y su «estrategia de tierra quemada». En cualquier otro país de nuestro entorno esa actitud habría sido censurada por los electores, pero en la burbuja de Madrid ha sido premiada.
La estrategia de total bloqueo parlamentario ejercida por el PP ha tenido éxito. Durante todo el último y terrible año, el Gobierno ha tenido que depender de los votos nacionalistas para sacar votaciones en el Congreso como las que aprobaban estados de alarma y hasta los Presupuestos. Ha triunfado la insidia de presentar a los soberanistas como «socios» de legislatura aunque no haya ningún programa en común. El PSOE (pero no Podemos) lo ha negado y lo ha intentado evitar en la práctica buscando otros pactos en el Congreso y para renovar los órganos constitucionales, pero se ha encontrado con un no por sistema. Las derechas han convertido el problema de estado planteado por el independentismo en un eje identitario que se superpone al tradicional izquierda/derecha. Con esta posición han beneficiado mucho a los nacionalistas al otorgarles una relevancia y un papel político que no les corresponde numéricamente. Pero a los acaparadores en exclusiva del patriotismo no les importa, siempre que con ello desgasten al Gobierno.
Precisamente, hace tres meses, en las elecciones catalanas el PSC apareció directa y claramente enfrentado a los independentistas. Así recuperó los votos que tuvo siempre y que durante un tiempo habían emigrado a Ciudadanos. Esta posición le convirtió en el partido más votado. De aquellas lejanas elecciones de febrero, el PP salió absolutamente derrotado (tras otro fiasco en el País Vasco) y prometiendo dejar la sede de la calle Génova. Ahora, con el éxito de Madrid, ya no corre prisa buscar una nueva sede que borre el recuerdo de Bárcenas y sus jefes.
La situación ha cambiado pero no va a mejorar el clima político, ni siquiera con el abandono de Iglesias Turrión de los cargos públicos. Su desaparición no va a rebajar la tensión del ambiente político porque, a pesar de su ego, él no era la causa sino un mero pretexto, incluso el perfecto señuelo para el bloqueo institucional desde la derecha. El anterior Vicepresidente segundo confirmaba un día tras otro la propaganda de la oposición mientras obstaculizaba cualquier posible acuerdo del Gobierno con Ciudadanos para los presupuestos, e incluso con el PP para renovar el Consejo del Poder Judicial. Tenía teorizada la nefasta práctica de la máxima polarización y crispación, incluso defendiendo «la naturalización de los insultos». ¡Como si alguien pudiera dar lecciones a la derecha española en esos terrenos!
Con el resultado de Madrid subido a la cabeza, Casado ha declarado que no piensa colaborar con el Gobierno para implementar los fondos europeos de recuperación que tanto necesitamos para salir de la crisis. Nada nuevo porque es lo que lleva haciendo durante los últimos doce meses. En esto se ha adelantado a la derecha norteamericana que también intenta paralizar el programa de reactivación impulsado por Biden. Se le ha visto boicotear los fondos desde su gestación hace un año por iniciativa, entre otros, de Pedro Sánchez. Mientras el Presidente del Gobierno negociaba con los demás líderes europeos, intentó desesperadamente pararlos (al lado de los autodenominados países «frugales») en Bruselas. Allí llegó a calificar a España de estado totalitario. Después votó en contra de ellos tanto en el Congreso como en el Senado. Finalmente los recurrió al Tribunal Constitucional con la flagrante falsedad de que había un informe negativo del Consejo de Estado. Ha hecho todo lo posible para impedir que lleguen a España los 70.000 millones que tanto necesitan la economía, las empresas y las familias en una situación de crisis provocada por la pandemia y las inevitables medidas para frenarla. Tampoco se conoce otro caso en Europa del primer partido de la oposición saboteando los fondos que tanto precisamos. Se trata de la mayor exhibición de obscenidad política desde la teoría de Montoro para hundir el país en 2010: «que caiga España que ya la levantaremos nosotros».
Las derechas nos han anunciado que ahora utilizarán demagógicamente la necesidad de nuevos impuestos para la financiación parcial de los programas europeos y para reducir el déficit y la deuda. El incremento de la recaudación fiscal forma parte del programa europeo de recuperación. No es algo que se pueda decidir optativamente por los gobiernos. También es una recomendación de la OCDE y del FMI. Pero los criterios europeos no rigen en el PP que quiere ignorar deliberadamente el esperanzador pronóstico de Bruselas sobre que España será el país de la UE que más crecerá este año (5,9%) y en 2022 (6,8%).
Es obvio que no podemos permitirnos perder más tiempo ni dejar de aprovechar las circunstancias favorables cuando se presentan porque no beneficien a las derechas. Sin embargo, ni el interés general ni la razón de estado harán cambiar a un PP que ha anunciado su boicot a la aplicación del plan europeo. Lo veremos enredar todo lo posible enfrentando instituciones estatales, autonomías y ayuntamientos. A la vez que se opone a que el Gobierno controle esos dineros (una obsesión enfermiza) ordena a sus dirigentes autonómicos y municipales que pidan cifras desorbitadas para fomentar conflictos y frustraciones. Hará de todo en Bruselas y en Madrid para estorbar y embarrar la gestión del programa por el Gobierno.
La deriva del PP es tan delirante que hasta un sólido pilar de la derecha como el Presidente de la Xunta de Galicia, Núñez Feijoo, se ha visto obligado a pedir a Casado «un cambio de ciclo (…) subir el listón de la política» y que «vuelvan otra vez a hacer una política más europea». No es previsible que le hagan caso. Seguirán con el trumpismo de verbena.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.