El 1 de abril...«, hace 83 años, la última noche de la II República había sido trágica en el puerto de Alicante esperando la llegada de un barco para escapar de la nueva España, una, grande y libre, que comenzaba su andadura de casi cuatro décadas. Pero nadie, nadie, hizo nada en las democracias francesa y británica, que ya habían reconocido el gobierno de Franco, traicionando a la República y obligando al presidente Azaña a abandonar la embajada de España en París.
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Después de una madrugada macabra, en la que se sucedieron sesenta y nueve suicidios (acordados por votación) disparándose en la sien en lo alto de una farola para caer al mar, a esta hora, bajo una lluvia fina, comenzaban a entregarse los diez mil republicanos, hombres, mujeres y niños (cámbiese el orden a su gusto, si se desea), que habían estado cercados por las tropas italianas del general Gámbara, quien tuvo el tiento de negociar con el coronel Burillo, oficial de mayor rango entre los vencidos, en lugar de cumplir las órdenes del general Saliquet: «¡Que les reduzcan por a fuerza de las armas!».
A primera hora de la tarde, finalizada la operación y con los cautivos encerrados en el campo de los Almendros para tomarles filiación y pedirles responsabilidades, el caudillo, aquejado de una gripe, se levantó de la cama para firmar el último parte de guerra, que todos conocemos.
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