Nunca pudimos imaginar que 2020 estaría marcado por un virus desconocido que provocaría una pandemia con 50.000 muertos en España y millones en todo el mundo. El último precedente fue la gripe de 1918 y parecía imposible que algo así se repitiera, aunque ... muchos científicos y la OMS habían advertido que podría suceder en cualquier momento. Pero a esa gente no se le presta atención habitualmente porque investigan, sus explicaciones no son simples y eso no puede competir con cualquier patochada televisada.
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En España la epidemia se hizo visible a mediados de marzo cuando el nuevo gobierno aún estaba formándose y haciendo nombramientos. Como en otros países anteriormente afectados, el ejecutivo decretó el confinamiento general, previa declaración del estado de alarma. En el resto de Europa occidental casi todos los gobiernos adoptaron similares medidas con el respaldo expreso de los partidos de oposición que cerraron filas ante la catástrofe. La diferencia española vino dada por las fuerzas de derechas, azuzadas por los medios de comunicación afines que, desde el primer momento, se lanzaron a una campaña para culpabilizar al gobierno de la pandemia y provocar su caída, incluyendo bastardos procedimientos judiciales. En esa campaña destacaron tristemente las actitudes de la alucinada presidenta de la comunidad de Madrid, quien consiguió el record de catorce dimisiones de altos cargos sanitarios en los últimos meses, entre ellos el consejero de Políticas Sociales, la Directora General de Salud Pública y las directoras de Atención Primaria y de Hospitales, todos ellos hartos de los despropósitos diarios de una marioneta insensata que lo mismo abandonó a los ancianos de las residencias que se negó a proporcionar al gobierno las cifras reales de afectados. Tampoco deben olvidarse las esperpénticas caceroladas del barrio de Salamanca (imitadas en muchas ciudades) y las tonterías de algunos presidentes de comunidad autónoma, especialmente cuando se terminaba la primera oleada. Frente a esos comportamientos debe recordarse el de un gran número de sanitarios que se enfrentaron desde el primer momento a la enfermedad con total entrega, a ciegas y sin medios. También debe destacarse la respuesta de la mayoría de los ciudadanos en forma de aplausos diarios dando ánimos y reconociendo la dificultad y la dedicación de quienes luchaban en primera línea contra el virus. Fueron algunos de los aspectos positivos en momentos de máxima desolación e incertidumbre, como lo fue también la capacidad de respuesta del Sistema Nacional de Salud a pesar de diez años de recortes en la sanidad pública. A estas alturas nadie cabal puede discutir que la inversión en la sanidad de todos es además la principal prioridad económica.
Fue entonces, durante la primera fase, cuando se evidenció que teníamos otro virus entre nosotros, tanto o más peligroso a medio plazo que la covid19, el virus de la polarización y la crispación, que alimentan sin cesar partidos políticos de la oposición con la colaboración del minoritario del gobierno. En el parlamento han sustituido los argumentos por los insultos y las descalificaciones grandilocuentes y melodramáticas con el eco mediático asegurado por el populismo que todo lo inunda. En los peores momentos esos irresponsables querían inocular desánimo y desconfianza en las instituciones públicas que debían liderar la resistencia y el combate contra la pandemia, hasta el punto de organizar un infame linchamiento mediático de Pedro Sánchez, Salvador Illa y Fernando Simón. Afortunadamente la mayoría de la población optó por ignorar las voces de los agoreros y los provocadores para cumplir cívicamente las directrices de las autoridades y las administraciones.
En el terreno económico, desde el primer momento del confinamiento, el gobierno adoptó medidas de hibernación para salvar empresas, puestos de trabajo y lo esencial del tejido productivo a la espera de la vacuna. La crisis motivó que los líderes de España, Portugal e Italia, Pedro Sánchez, Antonio Costa y Giuseppe Conte se coordinaran en busca de una salida europea a la catástrofe. A principios de abril habían conseguido la adhesión de otras seis naciones (Francia, Bélgica, Luxemburgo, Irlanda, Grecia y Eslovenia) que se enfrentaban a la resistencia de los autodenominados países frugales del norte. Esta vez Alemania acertó a posicionarse y fue otra de las buenas noticias de 2020: al contrario que en la última crisis económica, habrá más de un billón de euros para reconstruir las economías europeas, habrá más Europa en el año del Brexit, y la iniciativa partió de los países del sur. En España los partidos de oposición todavía no le han reconocido a Pedro Sánchez el papel jugado para conseguir la salida europea y un fondo de reconstrucción de 140.000 millones de euros destinado a España, la gestión más brillante desde que Felipe González agenció el Fondo de Cohesión. El PP no ha dejado de zancadillear en Europa los fondos de reconstrucción y devaluarlos aquí con cualquier pretexto. VOX directamente votó en el Parlamento europeo, el 14 de mayo, contra la creación de esos fondos. Por lo visto en las instituciones de la UE, ambos partidos son realmente partidarios de la ruina que predican. Los demás sabemos con absoluta certeza que la respuesta europea a la crisis ha impedido que la hecatombe haya sido mayor en este año y, sobre todo, que ha dado una perspectiva de esperanza en la rápida salida de la economía una vez se haya generalizado la vacunación. Porque la noticia más positiva del año que finaliza ha sido la capacidad científica, tecnológica e industrial para producir vacunas en un tiempo record frente a virus desconocidos. Hace un año era insospechado que la humanidad pudiera desarrollar varias vacunas simultáneamente en apenas nueve meses.
Volviendo a España, 2020 fue también el año del Rey Emérito y de Villarejo ambos unidos en los papeles por Corinna, la geisha más avispada de la corte. Ellos tres solos han ocupado páginas para unos nuevos episodios nacionales, precisamente cuando se cumplía el centenario de Galdós. El día que empiecen a hacer declaraciones o escriban sus memorias no hay bastantes series televisivas para albergar tanto realismo sucio más inverosímil que la ficción. Por lo que se refiere a Villarejo (junto con la «policía patriótica») todavía quedan juicios y piezas separadas que seguirán dando juego para meses y años. En cambio la lamentable historia final del Rey Emérito (a la espera de lo que decida el Tribunal Supremo sobre presuntos delitos) es la del hombre que perdió la chaveta por la bragueta. Finalmente ha demostrado que cuando en 2014 fue obligado a abdicar ya no estaba en condiciones de ejercer la Jefatura del Estado. La operación era imprescindible y debió producirse antes, cuando los síntomas comenzaron a ser evidentes. Por supuesto, el escándalo ha sido aprovechado por los obsesos de siempre para aflorar una pretendida crisis institucional que se debate en los programas de televisión basura mezclando asuntos personales y constitucionales. Los antimonárquicos han visto la ocasión para llevar «la discusión sobre monarquía o república a la cena familiar de navidad», mientras que los monárquicos de guardia ―autoproclamados constitucionalistas pero incumplidores cuando les conviene como en el caso de la renovación del Consejo del Poder Judicial― se han apresurado a sacar pecho por una monarquía «amenazada por el gobierno» según numerosas y sesudas editoriales. Ambos bandos manipuladores de problemas inventados, han sido colocados en su sitio por el último barómetro del CIS (noviembre): la monarquía preocupa al 0,3% de los españoles y ocupa el puesto 35 (de 44) entre sus problemas.
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Para Donald Trump 2020 ha sido el año de la derrota. Otra gran noticia. El presidente más grotesco de la historia de Estados Unidos y cuyos aberrantes comportamientos amenazaban con expandirse por el mundo como otro virus autoritario y antidemocrático, con imitadores en todos los continentes, finaliza su mandato entre pataletas infantiles. Trump ha intentado quedarse en la Casa Blanca a pesar de su derrota, pero las instituciones norteamericanas han funcionado tras las elecciones de noviembre que rectificaron el error cometido por los electores hace cuatro años. Una vez más se ha puesto de manifiesto una de las grandes ventajas de las democracias. Como decía Popper, sobre todo sirven para quitar a los malos gobernantes.
Con toda seguridad, mientras vivamos, no olvidaremos el extraordinario 2020 que ahora finaliza. En medio de las restricciones, la desolación y la muerte producidas por la pandemia, ha servido para dejar claro lo importante y para desenmascarar a los farsantes. Feliz 2021.
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