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En la semana marcada por la tormenta desatada en Castilla y León por el protocolo antiaborto de Vox que no ha llegado a nacer y la presión, vía requerimientos jurídicos, de Moncloa sobre el Gobierno del popular Alfonso Fernández Mañueco, Pedro Sánchez ha encontrado en ... la presentación en Valladolid de los candidatos del PSOE a las elecciones del 28 de mayo el escenario propicio para incidir en el señalamiento del pacto de las derechas -que los socialistas siguen interpretando como un filón que explotar- y hacer bandera de las políticas socioeconómicas de su Ejecutivo frente a la regresión que suponen, según ha martilleado, las de los conservadores. Sánchez ha evidenciado en el atril y ante una militancia entregada que no tiene intención de replegarse ante el cuestionamiento por el partido de Alberto Núñez Feijóo de su solvencia para dirigir el país bajo esta crisis. Antes al contrario, el presidente va al cuerpo a cuerpo. Ha planteado las elecciones municipales y autonómicas de dentro de cuatro meses como una suerte de plebiscito entre dos únicas «alternativas»: «o los gobiernos de la gente» o los que «sirven a unos intereses minoritarios» -el líder de los socialistas ha rescatado su diana dialéctica contra «los poderosos»- ofreciendo solo el «sálvese quien pueda» cuando vienen mal dadas por las crisis.
Sánchez ha comparecido ante los suyos a la vez que varios miles de manifestantes, con el respaldo del líder de Vox, Santiago Abascal, y cargos del PP y Ciudadanos, se congregaban en Madrid convocados por organizaciones ciudadanas para denostar a su Gobierno y exigir generales anticipadas. Y tal y como hizo durante la comparecencia conjunta con el presidente francés, Emmanuel Macron, en la cumbre de Barcelona del jueves, el jefe del Ejecutivo ha trazado una línea de equiparación entre la marcha «de nostálgicos de la España rota» promovida por el secesionismo contra la cumbre hispano-gala y la que ha defendido este mediodía en la capital española, a sus ojos, otra «España uniforme y excluyente». Sánchez ha vuelto a presentarse como el adalid del país que estaría en el justo medio y que, ha incidido, es donde se encuadra la «mayoría social» que aboga por la unidad, la diversidad y la convivencia. Esa mayoría social, «la clase media y trabajadora», a la que venido a apelar contraponiendo su respuesta a las sucesivas dificultades afrontadas este legislatura -la pandemia, la guerra o las incidencias meteorológicas- a la ofrecida por el Gobierno de Mariano Rajoy ante la crisis financiera de 2008 que retó primero, no obstante y con un enorme desgaste, al socialismo de Rodríguez Zapatero.
El también secretario general del PSOE se ha apoyado en el simbolismo del primer acuerdo suscrito por el PP con Vox al frente de una comunidad autónoma para preguntarse, retóricamente, «cómo va a ser lo mismo» que gobierne la izquierda o la derecha. Sánchez ha ironizado en «la obsesión» con los derechos de las mujeres de los populares y de la formación de Abascal, al tiempo que ha advertido de que su Gobierno no dará un paso atrás en este terreno en medio de la disputa por las estrategias sobre el aborto. «Quien quiera ver un hipotético Gobierno de Feijóo y Abascal no tiene más que ver lo que hacen Mañueco y Vox en Castilla y León», ha atacado el presidente, quien no ha incidido más, sin embargo, en la bronca de la semana, y sí en su determinación de seguir implementando iniciativas sociales y económicas para garantizar la igualdad. Un puente argumental del que se ha servido para cargar su discurso en lo que, a todas luces, ha constituido el eje de su mensaje preelectoral: el Gobierno hace lo que tiene que hacer en esta crisis para salvaguardar «a las clases medias y trabajadoras», lo hace además con la solvencia que acreditarían los datos y esto es, exactamente, lo que está en juego el 28-M.
El presidente ha desgranado como arma de activación del ánimo electoral las cifras de paro y afiliación a la Seguridad Social, el hecho de que España soporte hoy una alta inflación pero la más baja de la Eurozona, la revalorización de las pensiones o del SMI o la conquista en Bruselas del tope ibérico al gas para remarcar que el PSOE es hoy «imprescindible» en el país y en la UE y confrontar su modelo «progresista» con «los recortes» aplicados en la crisis precedente por el PP, cuya herencia ha descalificado; incluido «el abismo» al que se asomó Cataluña en 2017 y los «muchos referéndums» locales convocados en aquellos años. En la semana en que, también, Sánchez ha tratado de limar asperezas con los directivos de las grandes compañías del Ibex en una reunión en el foro de Davos, Sánchez no ha perdido la ocasión de exigir a los ejecutivos de banca que «arrimen el hombro» ante los elevados sueldos que cobran -más de 200 de ellos perciben al menos un millón anual de retribución- y defender su impuestos a «los poderosos» frente a la sumisión a ellos con que ha vuelto a pintar a Feijóo y los suyos. «Solo existe una derecha en Europa, que es la española, defendiendo un 'statu quo' que solo beneficia a la minoría a la que sirven», ha proclamado, antes de pedir a los suyos que hagan campaña sobre tres ejes: la descripción de lo que el PSOE recibió de los gobiernos del PP, lo conseguido «en tiempos muy difíciles» y «dónde vamos, el proyecto de país». «¿Os imagináis (lo que haremos) cuando el viento sople a favor? Esos será posible a partir del 28 de mayo», ha cerrado su mitin el presidente. Antes que él su anfitrión, el alcalde vallisoletano Oscar Puente, ha advertido de que los cantos de añoranza de la derecha al PSOE de antaño van, en realidad, contra «todos nosotros». «Quienes se distinguen, se equivocan, nos perjudican», ha avisado Puente en alusión implícita a los barones socialistas díscolos con la estrategia oficial.
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