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La dimisión de Adriana Lastra, cuando ya corría el rumor de que se avecinaban cambios internos, obligó a Pedro Sánchez a actuar con rapidez esta semana para cerrar cuanto antes la crisis y evitar que la sensación de zozobra se apoderara del PSOE justo después ... de haber logrado elevar su moral, alicaída tras las elecciones andaluzas, con el debate sobre el estado de la nación. De momento, la operación ha servido para que desde algunos territorios en los que se veía con preocupación la pendiente hacia las próximas elecciones autonómicas hablen de acierto y se perciba un chute de autoestima. Aunque no todo el partido aplauda.
El PSOE actual está lejos de ser esa formación en la que las discrepancias se aireaban con facilidad. La brutal batalla que lo abrió en canal en 2016, tras años de pugnas agravadas por la pérdida de poder en 2011, dio paso a un periodo de calma. La victoria de Sánchez frente a Susana Díaz fue tan aplastante que los apoyos de la presidenta andaluza, entre los que se encontraban los principales referentes de la organización, se convencieron de que había que entregar las armas. Más aún cuando el partido regresó al Gobierno tras la moción de censura contra Mariano Rajoy. Pero ahora puede oírse un ligero murmullo de fondo.
Esta vez, los lamentos no vienen de barones perdedores de aquella contienda como el castellano-manchego, Emiliano García-Page, o el aragonés, Javier Lambán, que de cuando en cuando marcan distancias del Ejecutivo central para lanzar un mensaje a sus parroquias, de perfil más conservador. En las federaciones que estos dirigen, como en Extremadura o en Castilla y León, creen que la designación de Patxi López como portavoz parlamentario «aumentará la potencia de tiro» del partido y «abrirá un cortafuegos en la cuestión de ERC y Bildu», algo , dicen, de enorme importancia. También que la ejecutiva gana solidez con María Jesús Montero como vicesecretaria general y Pilar Alegría como portavoz.
Es entre algunos de quienes ayudaron a Sánchez a recuperar el cetro socialista en 2017 entre los que se percibe malestar. En público, solo el heterodoxo exalcalde donostiarra, Odón Elorza –que salió de la ejecutiva en el 40 Congreso, el pasado octubre–, ha dejado entrever sus reparos. «Tras aquel 'golpe' en el Comité Federal de 2016 –escribió el jueves en su blog, en alusión al levantamiento que provocó la caída de Sánchez–hubo mucha militancia, entre ellos quienes votamos 'no' a Rajoy, que defendimos (a cuerpo y poniendo todo en juego) un proyecto de izquierdas, la coherencia del PSOE y la democracia interna. Me temo que una parte de esa militancia puede estar hoy, como mínimo, confusa». Otros 'sanchistas' de primera hora suscriben su análisis.
El jefe del Ejecutivo ya dejó claro con la crisis gubernamental de hace un año que había pasado página de los tiempos del 'no es no'. El mayor exponente de ese cambio, no el único, fue el fichaje, como director de gabinete del presidente, de Óscar López –que vuelve a ganar poder– y al que luego seguiría como segundo Antonio Hernando. Uno y otro eran para muchos de sus fieles la viva imagen de la traición. Sánchez conserva aúnen su equipo a un puñado de personas que lo acompañaron en los tiempos más difíciles (Santos Cerdán, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, Margarita Robles...), pero se ha desprendido de figuras clave como Carmen Calvo, José Luis Ábalos y, la última, Lastra.
Entre algunos de sus antiguos defensores, se escucha ahora el mismo reproche que siempre estuvo en boca de sus detractores: que el PSOE se ha convertido en un partido 'cesarista'. Se cuestionan «las formas» del secretario general, que haya cambiado de la noche a la mañana una dirección votada en un Congreso y que presente sus decisiones al Comité Federal como cosa hecha, sin opción a debate. Es difícil, en todo caso, que el murmullo alcance la categoría de ruido; al menos, de momento.
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