El testimonio es el mensaje
La experiencia de Mariano Rajoy como testigo en el 'caso Gürtel', aunque correcta, ha sido en alguna medida humillante
Antonio Papell
Miércoles, 26 de julio 2017, 12:39
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Antonio Papell
Miércoles, 26 de julio 2017, 12:39
Rajoy acaba de pasar por un mal trago, el peor de su vida política seguramente, en el que ha tenido que enfrentarse con las potentes acusaciones particulares de ADADE –el abogado Mariano Benítez de Lugo- y del PSPV –Virgilio Latorre-, y de otros actores jurídicos ... que han traído nuevamente a la luz, en el marco de la primera parte del caso Gürtel, los papeles de Bárcenas, los SMS de Rajoy al extesorero… Toda una historia siniestra que se imbrica en un problema de corrupción estructural que está dejando sus secuelas. La experiencia, aunque correcta, ha sido en alguna medida humillante: desde la protesta de Benítez de Lugo por la sorprendente ubicación de Rajoy en la sala (junto al tribunal) hasta el tono y la cuantía de las insinuaciones realizadas por los acusadores y por las defensas de los demás acusados, la sesión ha tenido que ser desazonante para su excepcional protagonista, el primer presidente de Gobierno que, en activo, ha de pasar por una prueba de esta naturaleza.
En este caso, el mensaje no ha sido el medio, como decía McLuhan, sino el testimonio. Lo relevante de la comparecencia de Rajoy como testigo ante el tribunal de la Audiencia Nacional en el curso de la vista oral sobre el ‘caso Gürtel’ es la comparecencia misma, el hecho de que el presidente del Gobierno y líder del principal partido de este país haya debido dar explicaciones sobre unas corruptelas continuadas y persistentes que se produjeron a su alrededor y cuya dimensión ha quedado implícita en la propia envergadura del proceso, en la naturaleza casi escatológica de los episodios que se han relacionado. De nuevo han salido a la luz pública los ‘papeles de Bárcenas’, a modo de colosal ventilador que ha salpicado al Partido Popular en su conjunto.
El planteamiento general de Rajoy, que no es novedoso ni original, ha consistido en diferenciar radicalmente la acción política de la gestión económica. La cúpula del PP no tenía conocimiento alguno de la financiación, que corría a cargo del gerente y del tesorero. La mano derecha no sabía lo que hacía la mano izquierda. Esta fue la tesis que mantuvieron en su momento y en el mismo proceso Álvarez Cascos, Arenas, Acebes, Rato… Y la que ha mantenido también Rajoy, quien ha reconocido que en 2004 fue informado por el área económica de las actividades poco claras de Francisco Correa, motivo por el que se prescindió de él y dejó de ser contratado. No ha quedado claro cómo fue posible que este sujeto siguiera trabajando para el PP en otras comunidades (Valencia). Rajoy también ha negado tajantemente haber cobrado sobresueldos en negro como los consignados en los papeles de Bárcenas –se ha mostrado como muestra a la sala una anotación del año 2000-, ya que cuando percibió complementos, antes de estar en el Gobierno (es decir, cuando no había incompatibilidad), fue legalmente y con el consiguiente control fiscal.
En definitiva, la deposición testifical de Rajoy no ha iluminado el caso, pero sí ha acentuado el desgaste no sólo del declarante sino también del Partido Popular e, indirectamente, del sistema de partidos (de los viejos partidos), de un régimen que no ha sido capaz de prevenir e impedir tanta decadencia. No es difícil de ver que esta comparecencia ha extendido la idea de que, sean cuales sean las responsabilidades penales concretas que al final decidan los tribunales, este país ha vivido una etapa oscura en que la contaminación ha llegado muy alto… Parece claro, en fin, que se ha cometido un colosal delito de negligencia, que ha tenido y seguirá teniendo inevitables consecuencias políticas.
Lo único positivo de esta escena que ha dejado un regusto amargo en el paladar es la constatación de que el sistema democrático ha sido implacablemente ecuánime con el poder, y que el propio presidente del Gobierno ha tenido que cumplir puntualmente con sus obligaciones testificales. Es una lástima que la ubicación del testigo en un lugar impropio haya quebrado la apariencia de neutralidad de un tribunal que tuvo el valor de negarse a que el testigo declarara por videoconferencia como pretendió en un primer momento. Ha faltado un poco más de arrojo en este gesto y en la actitud del presidente del tribunal para que la justicia saliera totalmente indemne de la prueba.
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