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En torno al Valle de los Caídos se reunió un reducido grupo de personas, nostálgicos del régimen indignados con la decisión del Gobierno socialista. Pero también quien, incrédulo, quiso asistir a la exhumación para comprobar con sus propios ojos que se hacia realidad.
Para Blanca ... García la exhumación de un «hombre de bien» como Franco, defensor de los cristianos amenazados por la «dictadura» republicana, solo tiene un sentido: reabrir heridas del pasado para llevar a los españoles a una confrontación civil. «Les interesa políticamente. Los socialistas lo hicieron en 1934 y ahora quieren perpetrar otro golpe de Estado. Quieren ganar la guerra 80 años después», afirmó convencida esta treinteañera.
Blanca tiene para todos. «¡Mierda de partitocracia! Qué vileza de PP y Ciudadanos por ponerse de perfil ante esta infamia, que ha sido perpetrada tras una sentencia del 'procés' que ha agujereado la unidad nacional. Bastante tenemos ya con Cataluña para vivir esto. Qué humillación».
Y en ese discurso apocalíptico, al calor de la salida del «caudillo» de la morada de Cuelgamuros, avanzaba de lo siguiente en venir:«Yo si fuera el Rey tendría mucho cuidado...La tercera república amenaza silente entre los masones que nos dirigen».
Sobre las opciones políticas que representan esa defensa de la unidad de España y el cumplimiento de la ley, Blanca lo tiene claro. «No nos quedará más remedio que votar a Vox, aunque haya cosas que no comparta. El Supremo ha prevaricado, los obispos ni están ni se les espera y el PP ya no nos representa».
Álvaro Marín es un joven de «profundos principios religiosos». A punto de concluir ingeniería forestal tras siete años de estudios, este madrileño de 25 años se subió a un autobús interurbano en Moncloa a las 9 de la mañana y una hora y media después llegaba al Valle de los Caídos tras caminar dos kilómetros por carretera desde San Lorenzo del Escorial. Mochila a la espalda y una bandera constitucional bien visible, quería estar presente no en apoyo de Franco, «quien tuvo una forma de gobierno que no comparto», sino para representar a esos católicos practicantes que se sienten ofendidos por la profanación de una tumba y el cierre de la basílica al culto y la oración. «Le comenté a un grupo de amigos por wathsapp si íbamos al Valle y aquí estamos tres. La Ley de la Memoria Histórica es solo el principio. El laicismo quiere acabar con la libertad religiosa. Todo mi apoyo al prior Santiago Cantera, el único que ha puesto cara a la ofensa sufrida por muchos creyentes».
Acompañado de su amigo Sergio, vallecano y veterinario, Álvaro se quejaba amargamente del papel del Supremo y de la Conferencia Episcopal en este «sacrilegio». «Muy decepcionado. Se han bajado los pantalones sin mostrar ni un ápice de resistencia. Pero creo que cada vez somos más jóvenes los que pensamos como yo».
El despertador sonó a las 5 de la mañana en casa de la familia Tenejos. José Antonio, el padre, ya había advertido a su jefe. «Me cojo el día libre cuando exhumen a Franco. Lo sabrás, como la familia del dictador, con 48 horas de antelación». Residentes en el pueblo de Pedro Muñoz (Ciudad Real), este agricultor de 42años, manos ajadas y ojos cristalinos no se lo pensó dos veces. Subió al coche a su mujer Sandra, al pequeño Adrián y a un amigo y viajaron a Cuelgamuros para vivir en primera persona el desenterramiento. «Hemos viajado dos horas para asegurarme de que lo sacaban. Quería ver el helicóptero volar con mis propios ojos».
Consciente de que ellos eran los únicos infiltrados entre el medio centenar de manifestantes que se reunieron ayer a la entrada del complejo para criticar la exhumación, José Antonio se lo tomó con ironía. «Yo respeto a todo el mundo, faltaría más. Me hacía más ilusión contarle a Adrián quién fue Franco, por qué estaba en el Valle y que visualizara por qué se lo llevan ahora», explica mientras trata de llamar la atención de su hijo, más pendiente de los terneros que pastaban al otro lado de la carretera. «¿Visitar ahora el monasterio de El Escorial?¡No hombre! Iremos a dar una vuelta a un centro comercial, que en el pueblo no hay».
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