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«Recen por mí, no sé si me van a poder venir a rescatar, ha estallado nuestra casa». Las angustiosas palabras del religioso paraguayo de 32 años Matías Ernesto Quintana en un vídeo que él mismo grabó -temiendo que quizá acabarían sirviendo como despedida a ... su familia- dan cuenta de la dramática situación que se vivió segundos después de que una explosión destruyese, el miércoles, el número 98 de la calle de Toledo, en pleno centro de Madrid. Las consecuencias de la deflagración, que voló varias plantas del inmueble y proyectó cientos de cascotes a la calle y al patio del colegio aledaño provocó la muerte de cuatro personas y un saldo de once heridos, aunque solo uno de ellos permanecía aún ingresado este jueves.
El sacerdote se encontraba en la quinta planta del edificio, que quedó reducida a escombros. Desde la calle, numerosas personas pudieron ver a Quintana a través de la fachada desnuda, paseándose aún aturdido y entre el humo sobre el que antes fuera su hogar. Todas las paredes, excepto dos tabiques alicatados del cuarto de baño, habían desaparecido y el solitario individuo no paraba de buscar la explicación a cómo podía seguir estando vivo. «El edificio acaba de estallar por la tubería de gas y estoy atrapado. Hay un incendio. No puedo bajar», repetía en el vídeo.
Un equipo de bomberos del Ayuntamiento de Madrid pudo rescatarlo a través de una escalera de 30 metros, mientras las llamas aún estaban presentes en otras zonas del edificio. «Es una tragedia y podría haber sido mucho peor. Lamentando las víctimas, ha habido suerte», aseguraba este jueves el director de Emergencias y Protección Civil del Consistorio, Enrique López Ventura, al recordar la escena.
La explosión, producida a las 14.56 horas, derribó cuatro plantas de un edificio de la casa parroquial situada en la trasera de la iglesia de San Pedro el Real. La suerte también quiso que el patio colegio La Salle-La Paloma no hubiera estado repleto de niños.
La Policía sigue manejando la hipótesis de que la detonación tuvo su origen en una avería de la caldera del edificio religioso. Sus moradores habían avisado a la compañía proveedora por un fuerte olor a gas, pero además llamaron a un feligrés de la parroquia para que intentara arreglar el aparato. Mientras lo manipulaba pudo producirse la tragedia, aunque los investigadores seguían ayer sorprendidos por la devastación que generó el estallido y lo achacaban a una posible acumulación de una enorme burbuja de gas en la sala de calderas.
Pero la principal preocupación de las autoridades se centró este jueves en asegurar la estabilidad del edificio afectado, para evitar que un potencial derrumbe provocara daños mayores en el vecindario. Técnicos del Consistorio madrileño revisaron la estructura, en especial el estado de las dos últimas plantas, la sexta y la que correspondía al domicilio de Quintana, que serán desmontadas casi con toda seguridad. «La zona es segura y se va a proceder a revisar la estructura para demoler las dos últimas plantas casi seguro», indicó este jueves el director de Emergencias.
El alcalde de la capital, José Luis Martínez-Almeida, cree que estos trabajos «no durarán menos de dos semanas» y confía en que «si no hay daños en los edificios colindantes», los vecinos vuelvan a sus domicilios entre este jueves y viernes.
Este jueves también se conoció la identidad de la cuarta víctima de la explosión, el sacerdote de 36 años Rubén Pérez Ayala, que se encontraba en estado grave. Apenas hace seis meses había sido ordenado por el arzobispo de Madrid, el cardenal Carlos Osoro, tras formarse en el seminario Redemptoris Mater de Madrid. La parroquia de Virgen de la Paloma, según apunta la institución, era el primer destino como sacerdote de Pérez Ayala.
Los otros tres fallecidos también son varones. David Santos, un electricista de 35 años natural de Uclés (Cuenca), padre de cuatro hijos y feligrés de la parroquia que «había ido a echar una mano» en la revisión de la caldera, y que se encontraba en la parte posterior del edificio; el albañil Javier Gandía Sepúlveda, de 45 años, natural de La Puebla de Almoradiel (Toledo); y el ciudadano búlgaro Ivanov Kochev Stefco, de 46 años, que en el momento de la explosión se encontraba en el despacho de Cáritas situado en la planta baja del inmueble afectado.
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