Secciones
Servicios
Destacamos
Olatz Barriuso
Miércoles, 13 de julio 2022, 01:27
Recuerdan los testigos de aquella época convulsa cómo, en unas de las últimas reuniones de la Mesa de Ajuria Enea, meses depués del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, Xabier Arzalluz dio por roto el pacto que había sustentado la unidad de los ... partidos democráticos vascos frente a ETA. El entonces líder del EBB aclaró a sus interlocutores, entre ellos Nicolás Redondo, que acababa de tomar las riendas del PSE, y el popular Carlos Iturgaiz, que el PNV «se sentía libre» para tomar, a partir de entonces, el camino que creyese más adecuado. La advertencia fue premonitoria: la política vasca estaba a punto de adentrarse en unos años oscuros que acabarían provocando una fractura social entre dos bloques antagónicos -el nacionalismo y el constitucionalismo- de la que a Euskadi le costaría tiempo sobreponerse.
Pero, ¿qué sucedió entre el fatídico 10 de julio de 1997 y el 12 de septiembre del año siguiente, en el que PNV, EA, IU y HB estamparon su firma en el Pacto de Lizarra? ¿Cómo se pasó de la firmeza frente al chantaje etarra a un acuerdo, en parte secreto entonces, que pretendía excluir a los no abertzales de la construcción del país? Aunque las explicaciones, un cuarto de siglo después, difieren en función de a quién se pregunte, hay pocas dudas de que la unidad política se resquebrajó porque las grietas ya estaban ahí antes de que el joven concejal de Ermua se convirtiera, involuntariamente, en mártir de la democracia. Su sacrificio y la conmoción social que provocó sólo congelaron momentáneamente la división que ya venía larvándose desde, como mínimo, dos años antes.
ELA y LAB ya forjaban entre bambalinas la llamada unidad de acción soberanista, una corriente de pensamiento en la que los sindicatos abertzales se situaron siempre a la vanguardia y que repudiaba la transversalidad al considerar que ejercía de freno al ejercicio del derecho de autodeterminación. Las fuerzas nacionalistas no le eran ajenas: el PNV y Eusko Alkartasuna aprovecharon la conferencia de paz organizada por Elkarri, capitaneada entonces por Jonan Fernández, en el hotel Carlton de Bilbao para exteriorizar las diferencias de criterio que empezaban a convertir en papel mojado el Pacto de Ajuria Enea. Corría el mes de marzo de 1995. Los dos partidos abertzales habían dado ya un paso de difícil vuelta atrás al asumir el cariz «político» del «conflicto».
Es decir, se había interiorizado, en cierta manera, que la paz tenía un precio, aunque nadie pensara en pagarlo cuando ETA secuestró a Blanco. De la investigación policial y judicial posterior se desprende que el propio 'Txapote', asesino del edil de Ermua, ante las dudas de la organización terrorista sobre el posible efecto bumerán del secuestro y asesinato para sus intereses, aconsejó «esperar un año». Efectivamente, los cimientos de la terrible fractura social que vivió Euskadi a finales de los noventa y primeros 2000 se habían colocado y la cruel agonía de Blanco solo los escondió de manera transitoria. La gigantesca movilización social tapó durante algunos meses todo lo demás. Al lehendakari Ardanza fueron a aplaudirle al vitoriano paseo de La Senda. Era tiempo de manos blancas, de dignidad.
Pero algo empezaba a moverse tras las fotografías de unidad. Ardanza elaboró su propuesta para intentar salvar Ajuria Enea, un conato de final dialogado de la violencia que solo incluiría a Herri Batasuna si mediaba una tregua indefinida de ETA. Lo que se conocería después como 'plan Ardanza' fue en realidad una excusa para romper lo que ya estaba roto. Antes de que Arzalluz le hiciera saber a Redondo que el PNV se daba por liberado de las obligaciones del pacto, ya le había afeado al PP ante el anterior líder del PSE, Ramón Jauregi, la utilización que estaban haciendo, a su juicio, del estallido social tras el asesinato. Los ciudadanos frente a las sedes de HB, los ertzainas quitándose el verduguillo en las calles de Euskadi, la periodista Victoria Prego entonando el «a por ellos, porque somos más y mejores» en la multitudinaria manifestación de Madrid... Empezaron a cundir los nervios en Sabin Etxea, que temía perder pie y que la onda sísmica se lo llevara por delante.
«De la noche a la mañana», recuerdan los protagonistas, el paisaje empezó a cambiar. El concierto que se organizó en septiembre en la plaza de Las Ventas en homenaje a Miguel Ángel, con el actor José Sacristán afeando a parte del público que abuchease a Raimon por cantar en catalán, contribuyó a enrarecer un poco más el ambiente. En octubre, ELA proclamó en un acto de enorme simbolismo en Gernika la «defunción» del Estatuto. Los coletazos del 'espíritu de Ermua' que había unido a los partidos vascos empezaron, paradójicamente, a desunirlos.
En marzo de 1998 la Mesa de Ajuria Enea se reunió por última vez antes de disolverse. En junio, el PSE abandonó la coalición de gobierno con los nacionalistas. En julio, dirigentes peneuvistas y de EA se reunieron en secreto con ETA y estamparon el sello de sus respectivas organizaciones en un acuerdo que preveía una institución común para Euskadi, Navarra e Iparralde (Udalbiltza) y no pactar con las fuerzas que buscasen «la destrucción de Euskal Herria». En septiembre se firmó oficialmente el acuerdo de Lizarra. Euskadi se había partido en dos y la ruptura de la tregua en enero de 2000 solo iba a ahondar más un abismo que no empezaría a cerrarse, ya sin ETA, hasta lustros después.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.