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La tragedia de la valla de Melilla es el momento más delicado de los más de 1.600 días que Fernando Grande-Marlaska lleva al frente del ministerio. El deterioro de su credibilidad por las imágenes que contradicen la versión de que todo ocurrió en territorio marroquí y la exigencia de los socios del Gobierno para que se abra una comisión de investigación han llevado la presión al extremo. Sin embargo, el titular de Interior tiene las espaldas anchas. No en vano, solo ha salido con algún arañazo de la veintena de charcos y polémicas en las que se ha visto envuelto desde su llegada. Y no todas estas crisis han sido por lo delicado de su cargo y sus movimientos políticos. Sobre todo las hay por sus comentarios y decisiones personales.
Su particular inclinación por fulminar a cualquiera de sus subordinados al más mínimo roce le ha metido en varios jardines. El cese de uno de los mandos con más reconocimiento en la Guardia Civil, el coronel Diego Pérez de los Cobos, al frente de la Comandancia de Madrid por no comunicarle que había abierto una investigación (que estaba secreta) sobre la marcha feminista del 8-M al inicio de la pandemia todavía levanta ampollas en el cuerpo. En la institución tampoco sentó nada bien la defenestración de otro mando muy valorado entre los suyos, el entonces coronel-jefe de la Unidad Central Operativa Manuel Sánchez Corbí, por «pérdida de confianza» por haber mandado un mail suspendiendo las actividades con fondos reservados sin consultar a la superioridad.
Su obsesión por controlar y que le informen de todo le llevó a destituir a Félix Azón al frente de la Guardia Civil por no comunicarle la relevancia de la operación del instituto armado (que también estaba secreta) contra los autodenominados comités de defensa de la república (CDR). Se trataba de un operativo muy cuestionado por los socios de Gobierno sobre el que preguntaron a Pedro Sánchez y del que no sabía nada. La bronca del presidente a su ministro fue trasladada por éste a los mandos de la Guardia Civil. Y los gritos de un Grande-Marlaska «totalmente fuera de sí» todavía resuenan en la Dirección General del cuerpo.
Sonados también fueron los encontronazos con Ana Botella, la mujer de partido que le impusieron al inicio como secretaria de Estado de Seguridad. Marlaska acabó por laminarla en año y medio, sacando fuera del ministerio a la única persona que en Castellana 5 se atrevía a contradecir y rebatir a Grande-Marlaska.
Tormentas por sus destituciones pero también por sus maniobras para hacer nombramientos de personas con mucho perfil político y muy poco críticas. Marlaska ha llegado a reinventar un puesto técnico para convertir en número 3 del departamento y salvarle de paso de la jubilación a José Antonio Rodríguez González, más conocido en la Policía Nacional como el 'comisario Lenin'.
Otro de los puntos débiles del ministro y que le ha llevado al centro del huracán en muchas ocasiones es su locuacidad, sus juicios precipitados y su afición por señalar a otros partidos. El titular de Interior, a pesar de que desde un principio la Policía dudaba de la denuncia sobre la famosa falsa agresión homófoba de Malasaña, no tuvo mayor empaño en acusar a Vox de «jugar en el límite» y de propiciar un «caldo de cultivo preocupante» para este tipo de ataques.
Algo muy parecido hizo con Ciudadanos durante el 'Orgullo' de 2019. Acusó a la formación naranja de «pactar de forma obscena con quien limita derechos LGTBI» y aseguró que «eso debe tener consecuencias». Poco después los políticos de Ciudadanos en la comitiva eran acosados con insultos, golpes, escupitajos y lanzamientos de botellas llenas de orines.
En Instituciones Penitenciarias todavía no se han olvidado de las declaraciones de apoyo a la subdirectora de la cárcel de Villena (a la que calificó de «verdadera funcionaria») que denunció falsamente haber sido agredida por varios subordinados.
El ministro provocó otro vendaval cuando en abril de 2020 -al inicio de la pandemia, con casi un millar de muertos diarios y entre las críticas por no haber cerrado las fronteras antes- en una entrevista con este periódico aseguró tajante que «este Gobierno no tiene ningún motivo para arrepentirse de nada».
También en pandemia sonadas y polémicas fueron las declaraciones aplaudiendo la patada en la puerta para «atajar fiestas ilegales» en los pisos turísticos, ya que según su particular interpretación estos inmuebles no eran «moradas».
Hubo más durante la crisis del coronavirus. Las críticas por su supuesta incongruencia le llovieron por su defensa de la ley mordaza que había prometido derogar como herramienta clave para sancionar a decenas de miles de personas durante el primer estado de alarma.
En el plano más íntimo tampoco se libra de las controversias. Marlaska cargó al presupuesto del ministerio una cinta de correr por valor de 2.800 euros para instalarla en su apartamento de Castellana 5. Entre las fuerzas de seguridad todavía no se ha digerido su decisión de marcharse a cenar a un conocido restaurante de Chueca mientras a esas horas literalmente ardían la calles de Cataluña en las protestas por la sentencia del 'procés' en octubre de 2019 y millares de policías y guardias civiles se dejaban la piel por atajar los disturbios.
El ministro, que luce dos grandes tatuajes en su antebrazo y muñeca derecha, pretendió obligar a los guardias civiles a borrarse en el plazo de un año los suyos que fueran visibles, pero la polvareda que levantó en ese contrasentido le hizo desistir de la operación de limpieza.
En la vertiente política son tres las polémicas fundamentales que le han perseguido: los acercamientos de presos de ETA y los contactos del máximo responsable de prisiones con el entorno de los propios reclusos; la paralización judicial de la devoluciones de los menores que entraron a Ceuta tras un apaño con Marruecos y sin expedientes individuales; o el caos en el improvisado campamento en el muelle de Arguineguín en Gran Canaria donde durante cuatro meses se hacinaron más de 2.000 inmigrantes.
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Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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