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Hay lazos de todos los colores para apoyar causas solidarias. El rojo representa la lucha contra el sida; el negro, contra el terrorismo; el rosa, contra el cáncer de mama; el verde, la donación de órganos; o el azul, el apoyo a las víctimas ... de ETA. Luego está el amarillo. Este color se corresponde con el combate contra la endometriosis, la espina bífida o el exceso de ruido. Y, desde hace justo un año, el independentismo lo ha hecho suyo para reclamar la liberación de los dirigentes encausados por el 'procés', los «presos políticos», según claman desde el secesionismo.
Su difusión ha sido una maniobra brillante del soberanismo. Sus lazos se extienden por toda Cataluña. Crean sentimiento de unidad dentro de un independentismo muy dividido de puertas a dentro. Por contra, han sembrado aún más la cizaña entre las dos cataluñas, la constitucionalista y la republicana. La tensión que crean estos símbolos ha quedado demostrada en los enfrentamientos registrados el pasado verano entre aquellos que los colocaban en playas o calles y los otros que lo retiraban.
El origen del uso de lazos es difuso y se pierde en el tiempo. Hay quien lo coloca en las fajas amarillas que vestían las tropas de Oliver Cromwell durante la revolución inglesa de mitad del siglo XVII. Otros se remontan, incluso, a la época medieval.
Por la proximidad en el tiempo, sí es factible identificar el principio del lazo independentista catalán. Se estrenó el 14 de octubre de 2014. Los encargados de hacerlo fueron un grupo de senadores de Convergència en apoyo del referéndum ilegal que se celebró el 9 de noviembre de ese mismo año. Su definitiva irrupción se produjo el 17 de octubre, un día después de la entrada en prisión de Jordi Cuixart y Jordi Sánchez. Òmnium y la Asamblea Nacional Catalana, las entidades independentistas que presidían, llamaron por Twitter a lucir los lazos como fórmula para reivindicar su liberación. Luego, se extendió al resto de dirigentes soberanistas encarcelados.
La elección del color viene de la Guerra de Sucesión Española y la caída de Barcelona el 11 de septiembre de 1714. Las vencedoras tropas de Felipe V prohibieron a los derrotados portar las escarapelas amarillas propias de las tropas del archiduque Carlos de Habsburgo.
Fue uno de los primeros signos de represión contra la república, según el relato del secesionismo, que por otro lado se deja por el camino que su pretendiente al trono era tan absolutista como el rey Borbón.
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